Dolores se despertó confundida, aturdida y desnuda, con un fuerte dolor en su nuca. La cabeza le daba vueltas, y al principio no registró del todo lo que pasó: todo en la habitación parecía normal, menos ella, ¿qué había pasado? Mientras se incorporaba y se ponía su camisón, la atacaron punzantes dolores de cabeza acompañados de recuerdos de esa noche. Agarró su cabeza y recordó la mirada de asco de su madre, y sobre todo, recordó su ataque. Le dieron ganas de llorar.
Intentó abrir la puerta, pero tras sacudir el picaporte varias veces, registró que estaba cerrada y se rindió. Se sentó en su cama y empezó a pensar: ¿qué le pasaría ahora?
Las cosas no podían seguir como antes.
Ahora no era solo ella, era un Luisón.
O tal vez simplemente era “otra” ella.
La definición no importaba, porque para todos sería un monstruo de igual manera. Tal vez siempre lo fue, ¿le habrá dicho su madre a su padre? ¿La esconderían y cancelarían la boda? Irónicamente, le gustaba la idea.
Mientras se hundía en sus propios pensamientos rumiantes, escuchó un ruido detrás de la puerta y, con miedo, intentó abrirla de nuevo. Ya la habían desbloqueado.
Se encontró inmediatamente con la fría cara de su madre, que la miraba con una mezcla de asco y miedo. Dolores habló tímidamente:
—Hola, madre.
La otra no dijo absolutamente nada, simplemente hizo una reverencia y se retiró
Dolores estaba furiosa. Ella esperaba otra cosa, esperaba algo, ¿qué esperaba? ¿Qué le gritara, que la odiara? ¿O que simplemente la reconociera, reconociera su existencia? De nuevo la hacía sentir como si fuera nadie, como si fuera solo la bendición casual y fallida de un pueblo desilusionado. Las lágrimas amenazaban con asomar y se sentía estallar de nuevo, pero pudo ver a María, apenada, acercarse.
—Buen día, Loles… ¿Estás mejor?
Su presencia la cubrió como un cálido abrazo maternal, su ira se le escapó y decidió hacer ese abrazo una realidad mientras lágrimas, ahora frías, caían por sus mejillas. A pesar de cómo la trató ayer, ella aún se preocupaba…
—¡Perdóname por haber sido tan mala contigo, María!
—Shh, shh, ya está bien, todo va a estar bien… —Le acariciaba esa cabeza que tanto le dolía, y esa curita le hacía pensar que, por un momento, sus palabras podrían ser verdad.
Pero, ¿iba todo a estar bien? Dolores ya no era la misma y no sabía cuando el incidente de anoche podría repetirse. Recuerda que de chiquita le decían que los lobisones aparecían en los cementerios: ¿Aparecería el Lobisón en este casamiento, que era su entierro?
***
El anochecer se acercaba, y Mercedes se preparaba para la boda que iniciaría un nuevo capítulo en su vida: casi que se sentía como si ella fuera la prometida, en vez de Dolores. Este era como su regalo de cumpleaños, después de todo. Mientras se ponía, lastimosamente, el único vestido lindo que le quedaba, recordó el pequeño comentario de Dolores en la tertulia, y sonrío: tal vez, cuando Luis fuera gobernador, podría costearse un vestido de ese color. Y tal vez, cuando Dolores fuera su esposa, podrían acercarse y entenderse más. Tal vez hasta amistarse, quien sabe ¿O no eran ya amigas? Ciertamente así se sentía, como si se estuviera preparando para la boda de una querida amiga que ahora sería parte de su familia. Se preguntó cómo se vería Dolores en su vestido de novia: el color blanco iría bien con ella. El color de la inocencia, la pureza, el color de los corderos. Decidió llevar un bonete de ese color.
Volvió a sacar la cajita de su cómoda, como había hecho anoche, y pensó en llevar la daga: como un recuerdo familiar, como para que su abuela y su madre la vieran romper el ciclo de debilidad, vieran el comienzo de una nueva etapa. Escondió la daga bajo su vestido y se consideró lista para salir
***
El sol ya se había puesto y los “vecinos respetables” iban llegando uno a uno a la iglesia del pueblo. Mercedes y su familia llegaron primero, obviamente, pues traían al novio. Mercedes se buscó un lugar en primera fila del lado derecho, donde estaría su hermano. Pensó en que, muy pronto, sería literalmente su mano derecha, y su corazón se amanso.
Una vez que la Iglesia estuvo llena, empezó a sonar la melodía del órgano. Y todos esperaron, impacientes, que entrará la novia. A Mercedes le gusta pensar que la vio primero: Dolores entró, chiquita, del brazo de su padre. Su vestido se notaba era muy caro, y llevaba un velo en la cabeza que le ocultaba por completo la cara. Eso le daba un aire un poco tétrico a la novia, pero nadie piensa en cosas desagradables en las bodas.
La caminata a Mercedes se le hizo eterna, pero finalmente Dolores llegó a su hermano. El cura, que era hermano de Dolores, dijo unas palabras, le pidió el consentimiento a Luis, que dijo el esperado “Sí, quiero” y ahora solo faltaban las palabras de la novia.
—Dolores: ¿Juras recibir a Luis como esposo y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?
Se hizo el silencio, y duró lo suficiente para instalar cierta confusión en los invitados. Tal vez algo haya susurrado Dolores, tal vez no. Tal vez algo que ninguno pudo ir. Pero poco importó para Mercedes, pues lo próximo que sintió fue como un coágulo de sangre le golpeaba el rostro.
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