mobile isologo
buscar...

La séptima hija, capítulo 3: Tertulia nocturna

leonisa

Aug 4, 2025

86
La séptima hija, capítulo 3: Tertulia nocturna
Empieza a escribir gratis en quaderno

—Dolores ¡Por fin estás en casa! Ya estaba oscureciendo.

—Hola, madre —Mientras María se retiraba a la habitación de los criados, aambas volvían, decepcionadas, a su realidad.

—No me gusta que te paseés tanto con María, ahí, en público. No quisiera que te contagie ninguno de los vicios propios de su clase… — Decía esto con cálida sonrisa, como si el desprecio fuera compatible con el cariño maternal.

—Está bien, madre, si me disculpa, ya me retiro a mi cuarto.

—¡Espera, Dolores, recuerda que hoy vienen los vecinos a la tertulia! Mira, te compré una manteleta muy linda, para tus hombros.

Mientras que la madre veía un delicada manteleta de blonda, Dolores veía la bolsa que le ponen al desfigurado en la cara para no espantar al pueblo. Su anchura provocaba murmullos en algunos atrevidos. Presa de su vida, o de lo que aparentaba ser su vida, extendió sus brazos al pedazo de tela y habló con voz dulce:

—Muchísimas gracias, madre.

***

Mientras Dolores se prepara, piensa en sus sueños. Piensa en esos países, tan diferentes a su pueblo, donde podría desplegar sus alas, su pluma. Busca detrás de su cómoda el rincón secreto donde guarda las cosas que escribe. A veces cuentos, a veces simples descargos de un pajarito que canta en una jaula de oro. Piensa en todo lo que podría ganar al publicar, con un seudónimo de varón. Ya hasta se lo imagina: Percy Shelley, el escritor de cuentos. Aunque sólo le dieran tres inmundos pesos, esos tres inmundos pesos irían directo a su ahorro para comprar la libertad de quien creía su madre. Su hermano le daría el dinero suficiente para subsistir, aunque fuera miserablemente, y todas sus ganancias irían en recuperar la libertad de alguien a quien jamás se la debieron haber arrebatado, por derechos divinos e irrevocables. Todos los hombres nacen libres, dicen los grandes pensadores. ¿Y todas las mujeres?

Volvió a guardar sus escritos a donde pertenecían ahora mismo: en la oscuridad de un rincón, y terminó de retocar la máscara que usaría en la tertulia de hoy.

***

Era una noche acalorada y de muchas opiniones: con las elecciones tan cerca, era inevitable. Dolores se mantenía al lado de su madre, que conversaba de cosas triviales con todas las vecinas del pueblo. Mientras se abanicaba, lograba escuchar susurros que todos asumían, ignoraba:

—¡Cada vez más grande está esa india!

—Para mí este nos mintió para no alarmarnos pero, ¡esa Dolores es un varón disfrazado!

—¡Qué decís!

Las caras de miedo en los cuchicheadores, mientras se persignaban, atacaban el ánimo de Dolores: pasaba de ser la bendición del pueblo a ser su maldición constantemente. Y no parecía llenar ninguno de los dos puestos correctamente. ¿Cuándo podría ser suficiente? Esto se preguntaba también mientras observaba a María tener que cebarle mate a un montón de gente que podría escupirle en la cara sin consecuencias. ¿Cuándo sería suficiente para sí misma y para los demás?

Estaba tan absorta en sus propios pensamientos que ni siquiera notóo el como Mercedes, la hija del rival de su padre, se aproximaba a ella y le hablaba:

—Te noto aburrida, no sé cómo, en una noche como ésta…

—Hay mucha gente hablando, sí, pero, ¿dicen algo que valga la pena?

Mercedes llevaba puesto un vestido con encaje en los volados y hombros al descubierto, color rosa pálido. Contrastaba mucho con el vestido verde y la manteleta clara de Dolores. Aún con todo lo que tenía puesto, Dolores se sentía expuesta. Expuesta a los cuchicheos de la gente por su porte “varonil” como le decían. Siempre que miraba a Mercedes deseaba tener más su apariencia: pálida, delicada.

—¿Acaso no te interesan las elecciones que vienen, las elecciones donde va a estar tu padre como candidato, debo aclarar?

—¿Cómo podría importarme la simple lucha de poderes entre dos hombres, que se disputan un pueblo como dos niños se disputan un juguete?

—No menosprecies la política, Dolores, es por la política que estás donde estás ahora. En esta casona grande, con todos tus criados…

—¿Importa tener poder si el poder no hace más que dañar?

—A veces algunos deben resultar dañados para contribuir a la dicha de aquellos que la merecen ¿No lo crees?

—¿Quién puede dictar quién la merece, más que Dios, que nos hizo nacer a todos iguales?

—Todos nacen iguales, sí, pero no todos luchan por ganarse un lugar mejor. Esa es la diferencia entre los que merecen y los que no.

—Entonces dirías que, por ejemplo, un niño esclavo al que nunca han educado, ¿es culpable de no buscar la libertad que nunca ha conocido?

—Si no la busca es porque no está destinado, es la ley de la naturaleza —

Con esa sonrisa socarrona y esa mirada de costado, Mercedes daba por terminado el debate, con ella como ganadora, al igual que siempre. Aunque Dolores ganó en su mente, al ver la falta de argumentación y la gran superstición que encerraban los dichos de Mercedes. Recordó una de sus antiguas conversaciones, donde le preguntóo si no creía que todas las mujeres podrían competir intelectualmente con los hombres si tan solo se las educara igual. Si Mercedes se creía tan gran cosa, ¿por qué no las demás mujeres?

“La naturaleza femenina es un defecto que hay que superar: pero no todas tienen esa habilidad. En las mujeres hay excepciones, como en los hombres hay maricones. ¿No oíste sobre los hombres que se disfrazan de mujer, allá en Lima? Son hombres contagiados por la naturaleza femenina, esa plaga que hay que combatir". Esas fueron sus palabras

¿Por qué dividir en vez de unir? Se preguntó Dolores. Creía firmemente en que todas las mujeres fueron creadas iguales, igual de capaces de romper sus cadenas. Separadas eran débiles, juntas serían fuertes.

Pero, al final del día, aunque no estuvieran de acuerdo, ¿con quién más podía hablar así, en este pueblo? Un cariño y un desprecio se mezclaban en su corazón a la vista de, irónicamente, su rival. Tal vez ella fuera la única persona a la que podría considerar como una amiga, como alguien que la veía y le respondía ¿La vería como una igual? Mercedes reanudó lo que prometía ser un monólogo:

—Por ejemplo, mirá a Luis, como se gana a la gente… como le sonríen… está decretado que él va a ganar las elecciones, y yo voy a estar a su lado, como su mano derecha —Sus ojos centelleaban y Dolores podía intuir cómo ese acto Mercedes lo sentía como el culmine de su existencia. Dolores sintió como una sola pregunta se formó en su corazón, y la sacó al exterior, sin filtrarla por su mente:

—Me pregunto: ¿Qué elegirás hacer con todo ese poder, Mercedes?

A Dolores le gustaría pensar que logró sorprenderla o hacerla reflexionar, pero la fría cara de Mercedes no dejó vislumbrar ni un poco de su resguardado interior.

—Normalmente no te saco tantas palabras ¡Qué impresión!

Dolores sonrió. Sabía que Mercedes debería sentir algo parecido a ella, para seguir intentando construir una conversación cada tertulia. De repente se fijó en su vestido, rosa, y se dio cuenta de que no le quedaba.

—Un rojo te quedaría mejor. Dicen que es el color del poder.

—¿De verás? —Esta vez, le tocó a Mercedes sonreír.

La noche transcurrió con normalidad, hasta que la hora de dormir se aproximó y los vecinos empezaron a saludar y dirigirse a la puerta. Antes de retirarse, Mercedes hizo un comentario que, como tantas veces, inquieto a Dolores:

—Tu papá y el mío estuvieron juntos toda la noche… hasta se sonrieron, y tan cerca de las elecciones ¿Qué estará pasando?

leonisa

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión