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La séptima hija, capítulo 2: Normalidad

leonisa

Aug 4, 2025

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La séptima hija, capítulo 2: Normalidad
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—Y cuando te tuve entre mis brazos, ¡empezaste a llorar tan fuerte que te escuchó todo el pueblo!

Y yo gritaba: “¡Es una nena! ¡Es una nena!”

—Ya me sé la historia de memoria, María.

La que había sido matrona ahora era su confidente, y Dolores la acompañaba a hacer los recados en el mercado.

Era una tarde de verano y el sol estaba en su punto más alto, acompañado de los cálidos recuerdos de un pasado amado por su compañera.

—Bueno, pero es que me pongo nostálgica porque, ¡ya quince vas a cumplir! Y, está bueno recordar… —Dolores esbozó una sonrisa.

—Está bueno escucharte hablar —La niña se sentía amada cada vez que María contaba esa misma historia, porque podía ver el cariño en sus palabras. Ella parecía alegrarse no sólo por su nacimiento, como todos los demás, sino también por su existencia. Esa existencia tan idealista, llena de ensoñaciones…

—Mi único regalo deseado sería irme al extranjero, con Nicolás., —Su voz adquirió un tono melancólico,— para estudiar y escribir como él…

—¡Siempre tan soñadora mi niña! —Le apretó un cachete —Aún recuerdo cuando te enseñé a escribir, porque el señor no te quería enseñar, no, no. ¡Decía que lo ibas a usar para hablar con muchachos!

—Vos sos la inteligencia en persona, María. ¡Te enseñaste a vos misma, y luego me enseñaste a mí! — Esta era una tarde de recuerdos, pues Dolores empezaba a recordar perfectamente la noche en que sucedió.

Uno de sus hermanos le había enseñado a leer la biblia, pero hasta ahí había llegado. Dolores no se conformaba con eso, tenía mucha curiosidad. La curiosidad absoluta de una niña ambiciosa. Y cuando se quejó con María por no saber escribir, en vez de regañarla, como hubiera hecho su madre, simplemente le dijo:

“¡Ah, pero si ya sabes leer, eso es más fácil!”

—Fue nuestro pequeño secreto —Le guiñó un ojo—La vida es así, a veces hay que aprender solos. Aprender a ganar, a perder, sobre todo a perder. Vos ya sabes que yo tuve una hijita, que nació sin aire… Pero pensándolo ahora, fue lo mejor. Le iban a pasar muchas cosas feas, antes de que cumpliera “la edad”… No querría haberla visto vivir así.

Con “la edad” se refería a la edad de dieciséis años en la que las negras se convertían en libertas. María había nacido esclava en un mundo donde todos los hombres -blancos y ricos- nacían libres. Y como nació antes de la libertad de vientres de 1813, parecía que siempre sería esclava.

María volvió al presente:

—Pero vos sos libre, mi niña, libre.

—Sí, ¿cuánto más libre?

—No diga eso —Quiso terminar con el tema— ¡Mire, ahí va Mercedes!

Mercedes era la hija del rival político de su padre y efectivamente, iba paseando del brazo de su hermano, Luis. Dolores solo hablaba con ella por cortesía en las muchas tertulias que se daban. Dolores no sabía cómo sentirse respecto a ella: le resultaba muy altanera, como si siempre mirara a todos de costado, pero a la vez era la única chica con la que hablaba. Físicamente era pálida, con nariz aguileña y varios bucles en el pelo. Totalmente opuesta a Dolores, con su tez morena, sus ojos achinados y su nariz chata. A la hora del paseo, siempre llevaba el mismo vestido mostaza. Dolores se preguntaba si tal vez su padre no tendría suficiente dinero para comprarle otro…

—Las vueltas de la vida, ¡mirá que hay que nacer el mismo día! De su nacimiento se enteraron todos la mañana siguiente, porque hubo tanta tensión con el tuyo que nada más importó. Y, pobre su padre, un solo varón le tocó, antes de que la mujer dejara de existir… ¡el tuyo tiene varones para regalar! Dolores rió. El buen humor de María siempre la traía de nuevo al presente y la alejaba de sus pensamientos sombríos. Sentía algo maternal en ella, sentía que tal vez se amaban, como las madres aman a las hijas…

Con su humor recuperado, hizo una pequeña confidencia:

—Mi padre estuvo insoportable con el tema de las elecciones está semana, aunque por suerte ahora lo veo más calmado. Y si no está calmado ¡Por lo menos está callado!

Al oír el comentario, una nube pareció pasar por el semblante de María, oscureciendo sus ojos y su sonrisa. Pero rápidamente la apartó con sus palabras:

—Quien sabe, ¡Capaz que te está preparando un regalo de cumpleaños!

Lo dudaba. Ni su madre ni su padre podrían siquiera adivinar lo que a ella le gustaba realmente, solo podrían llegar a regalarle cosas típicas para una muchacha de su edad: vestidos, bonetes, rosarios…

Rápidamente Dolores sintió un escalofrío, y se dio cuenta de que el sol estaba bajando y que la tarde se iba haciendo cada vez más naranja y más fría. A lo lejos podía ver a los pastizales sacudirse con el viento y a las vacas volverse para su establo. Habían dado una vuelta entera por el mercado y ya habían comprado todo lo que debían. Vio a Mercedes y a Luis volverse, y ella estaba a punto de hacer lo mismo en dirección a la casona. Eso hasta que María la detuvo:

—Hablando de regalos…¡vamos calladitas a buscar el tuyo!

—¿Cómo?

Dolores la siguió por las calles, confundida y algo ilusionada ¿Qué podría haberle conseguido María, con el poco dinero que tenía? Pasaron por un angosto pasillo de piedra que, se dio cuenta, desembocaba en la parte trasera de la biblioteca del pueblo. Ya no había casi nadie en la calle, pero aún así el señor que atendía miró dos veces antes de salir. En la mano le entregó a María dos libros: uno en una bolsa de papel y otro más grande. Cuando Dolores pudo inspeccionar la bolsa, no podía creer a sus ojos:

—¡Pero María, esto es…!

—Sí, son esos libros que te gustan a vos, los extranjeros —María sonreía satisfecha—Pero es secreto, eh. ¡Dios sabrá cuánto tiempo tuve que ahorrar para comprarlo! —Dolores estaba tan inmensamente feliz que no pudo contenerse:

—¡Muchísimas gracias, María! —La abrazó como nunca antes la había abrazado, y hasta lagrimeó un poco. Tal vez no estaba del todo sola, en su existencia llena de ensoñaciones.

—Fijate que el otro, el más grande, es para despistar. Escondée este ahí dentro. —Al ver sus ojos lagrimosos, se los secó y le beso la frente—A secar esa carita que ya hay que irnos para la casa, no vaya a ser que los señores sospechen algo.

Cuando terminaron de acomodar todo en las bolsas, se fueron rápidamente a la casona. Un poco antes de llegar, María dijo:

—Además, los señores deben estar como locos porque, hoy a la noche: ¡Hay tertulia!

leonisa

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