He pasado gran parte de mi vida descifrando qué significa la palabra "amor". En mi casa, el amor no fue un refugio, sino un laberinto. Crecí bajo la sombra de un padre que eligió la ausencia y una madre cuyas heridas convirtieron el afecto en una marea impredecible: a veces tan alta que me ahogaba, a veces tan baja que me dejaba en carne viva.
Fui moldeada por un amor condicionado, intermitente y muy extraño. Por eso, durante años, lo lógico fue permitir que me pisotearan una infinidad de veces en nombre del amor incondicional. Acepté migajas de afecto disfrazadas de violencia porque no sabía que el amor podía ser otra cosa que una negociación por la supervivencia.
Hoy, mi mayor acto de sanación es mirar hacia el futuro y decir: aquí se detiene el ciclo.
Hablaba con una amiga sobre la maternidad el otro día. Ella que siempre llega con un tema nuevo que le habrá arrojado el algoritmo. A menudo se juzga a la mujer que decide no ser madre como "egoísta" o "fría". Sin embargo, la ciencia y la sociología sugieren algo mucho más profundo. Diversos estudios indican que la decisión de no maternar suele nacer de una conciencia hiperaguda de la responsabilidad.
Muchas mujeres eligen la "no-maternidad" no por falta de afecto hacia la infancia, sino porque comprenden perfectamente el peso ético, emocional y social que conlleva criar a un ser humano. Es, en esencia, un acto de respeto hacia la vida: si no puedo garantizar un entorno de paz absoluta, prefiero no arriesgar el destino de un inocente.
Curiosamente, el amor "incondicional" del que tanto se habla en todos lados no lo encontré en los espejos de mis padres, tampoco en mis parejas pasadas, sino en el ronroneo de mis dos gatos. En su mirada sin juicio encontré la primera forma de lealtad que no duele. Ellos me han enseñado que el cuidado es una elección diaria, pero también me han confirmado que mi capacidad de entrega tiene límites que hoy decido respetar.
No ser madre no es un vacío, conformarme con menos de lo que quiero no es símbolo de rebeldía o frialdad; es un espacio lleno de autorrespeto. Es elegirme a mí, a mi paz y a mi derecho de no volver a cargar con ningún peso que mi linaje nunca supo sostener con suavidad.
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