La ropa es solo ropa.
Yo recuerdo que solían tener un olor particular,
o sus momentos en donde usarla,
o sus momentos en donde no.
Así que la ropa no es solo ropa:
esa ropa era de mi mamá,
que antes era de su mamá
y que antes
había sido confeccionada por su mamá.
Y esta todavía tenía sus remiendos,
todavía contaba con un aroma impregnado a lo largo de los años
hasta llegar a mis manos;
no me resultaba nada extraño.
La ropa que parece solo ropa,
pero que no es solo ropa.
Solía usarse con entusiasmo los días de reunión,
con alegría
en un día de a dos,
con angustia
en una noche de duelo;
al final, esa ropa era una extensión de vos:
si llorabas,
lloraba con vos;
si reías,
reía con vos.
Si te lastimaban,
ella podía también sentir el dolor.
Así que digamos:
la ropa que parece solo ropa
resulta no ser
solo ropa.
Resulta que su tela te abrigó
esa noche fría
donde la vida decidió romperte el corazón,
o quizás fue lo último que mencionó antes de partir,
esa primera mamá,
la que la inventó;
quizás fue lo último que te obsequió
cuando el nubífero clima
pretendía suspender ese
día de a dos.
¿Cómo podrías decirme que la ropa es simplemente ropa?
Es el cariño de quien me amó,
los detalles del amor envueltos entre algodón.
Si ese montón de tela me ha cuidado durante tantos años,
¿cómo podría yo,
ahora en sus últimos años de vida,
no cuidar de ellas?
Cuidar la ternura de sus ojos al mirarme
y pensar
que esto podría acompañarme durante toda mi vida.
Si aquellos quienes me supieron amar
le han confiado a estos mantos
la protección de su bien más preciado,
¿cómo podría yo tratarlas como menos?
La ropa no es solo ropa.
Es el recuerdo del amor.
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