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La rebelión de Teodoro (o de cómo buscar un problema en Barrio Latino)

Abr 22, 2025

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La rebelión de Teodoro (o de cómo buscar un problema en Barrio Latino)
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En el Barrio Latino, donde la melancolía tiene domicilio legal y los faroles todavía discuten con la noche, Teodoro Zambra —ese filósofo barrial de saco arrugado y barba que le crecía con sospechosa irregularidad— tomó una decisión que alteraría la estructura invisible del universo: iba a buscar un problema.

No un problema menor, de esos que se resuelven con un vaso de soda o una siesta larga. No. Zambra pretendía hallar un problema serio, ontológico, que pusiera en tela de juicio su existencia y, con suerte, la de los demás.

La idea le vino una noche cualquiera, mientras hojeaba un tomo polvoriento de la Enciclopedia Británica en la biblioteca del club "La Piedad Irritada", donde los parroquianos debatían si la libertad era una bendición o una mala costumbre. De repente, como si se lo hubieran dictado desde el más allá (o el más acá, que a veces se parecen), Zambra se levantó, dejó el libro abierto en la mesa —junto a una taza de café frío y un pan con manteca olvidado— y salió a la calle.

—No vuelvas esta noche —le dijo, sin más, el Guardián del Poste, apoyado con displicencia en un poste de luz y con un pucho apagado entre los labios.

Zambra, que no se sorprendía ni de los fantasmas ni de los ángeles con inclinación por el tabaco, asintió con una dignidad que sólo poseen los que están dispuestos a perderlo todo.

—La cama de mamá ya no es refugio —continuó el Guardián—. Es un altar a la resignación.

Y así comenzó su peregrinación.

Caminó por calles donde los relojes se atrasaban por nostalgia y las estaciones del tren se llamaban "Melancolía", "Pérdida" y "Ocaso". En un café clandestino llamado El Desvelo Consentido, conoció a Renata, una mujer de voz grave y mirada lúcida, que cantaba canciones de rebeldía en la ducha y decía cosas como:

—Amar, Teodoro, es un acto de vandalismo emocional.

Fue ella quien le enseñó a robar cigarrillos del futuro —una técnica que, según aseguraba, podía provocar insomnio poético— y a besar como quien firma una declaración de independencia.

—Buscá un problema —le dijo una noche, después de una partida de ajedrez jugada con piezas que representaban recuerdos.

Y Zambra buscó.

Buscó en las bibliotecas de sueños sin cumplir, en las calles donde los jubilados de la revolución compartían mate y derrotas, y en los espejos empañados de los bares donde se reúnen los que jamás encajaron.

Hasta que lo encontró.

Era un problema con forma de pregunta y nombre de mujer. No venía con manual de instrucciones, pero sí con la promesa de fuegos artificiales internos. Zambra sintió una especie de vértigo dulce, el mismo que uno siente al romper una regla que ni siquiera sabía que existía.

En ese instante, escuchó —como una brisa que viaja por el tiempo— la voz de su madre:

—No vas a llegar.

Y no llegó.

Pero no porque se haya perdido, sino porque eligió no volver.

Zambra comprendió entonces que a veces la libertad no se encuentra en los discursos, ni en las pancartas, ni en las avenidas con nombre de prócer. A veces, la libertad se halla —insolente y hermosa— en la decisión de buscar un problema y no regresar jamás.

 

Giovanni Battista Manassero

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