Últimamente observo muchas cosas de nuestra realidad. La normalidad de estar rodeados todo el tiempo de redes sociales, de tener todo dispuesto para extirparnos la atención, nos puso en un punto de hiperconectividad, pero también de pensamientos extremistas, ansiosos, neuróticos. Las conjeturas a las que se llega, incluso en temas simples, solo por el hecho de no perder nuestra atención, hicieron que las conspiraciones o acusaciones se vuelvan cada vez más rebuscadas, más exageradas, más dañinas.
Algo que aprendí con el tiempo y que funciona como barrera frente a todo esto es que, a veces… la realidad es más aburrida. Es tentador buscarle una vuelta épica y armar un relato fantástico de las cosas, pero lo cierto es que, como la existencia misma, muchas veces todo es simplemente más aburrido. Y está bien que así sea. El problema es que lo estamos llevando a un lugar inútil.
En vez de crear relatos épicos sobre hechos que realmente podrían elevar nuestra sociedad hacia algo más justo, terminamos fabricando historias dañinas y superficiales. En la televisión, cualquier cosa que genere morbo se trata de la misma forma: un político, una muerte o una simple acción. Si genera morbo, será explotado, y se convertirá en una historia que nos entregan a cuentagotas para mantenernos atentos.
Entramos así en un loop donde las cosas se venden porque sí, porque hay que vender… Pero, ¿realmente hay que hacerlo?
No todo debe girar en torno a lo que consumimos. La realidad siempre será más aburrida que aquello que te puedan ofrecer o que vos puedas imaginar.
Entonces… ¿nos volvemos indiferentes?
Así como tenemos esos momentos de crudeza en los que tomamos conciencia de la rutina de la vida, creo que así deberíamos tratar las cosas verdaderamente importantes. No crear épicas falsas alrededor de lo banal, sino relatos épicos sobre cambios que realmente importen para nuestra existencia.
Es nuestro deber no hacer la vida aburrida, porque eso va de la mano con el sentido de la existencia. No debemos encerrarnos en esa realidad, porque si lo hacemos realmente no haríamos nada. Al fin y al cabo, ¿para qué?
Tenemos que construir un para qué individual que luego se conecte, como eslabones de una cadena, para formar un todo.
Pero, por ejemplo: ¿de qué sirve dedicar tanto pensamiento a si un político robó, cómo robó, cuánto, por qué, qué hizo con la plata, dónde la tiene ahora, si la realidad es que su acción está mal y con eso no se soluciona nada? Además, caíste en las garras de algo diseñado para que todo eso que te cuentan solo sirva para venderte cosas entre corte y corte; y, por si fuera poco, gran parte es mentira. Veo más útil enfocar toda esa dedicación en idear cómo evitar que eso suceda y en lograr que ese político pague realmente por lo que hizo.
Somos conscientes de nuestra propia existencia y sabemos que a veces es aburrida, pero en vez de transformar eso en algo positivo, nos convertimos en seres indiferentes que creen en “grandes verdades” que no lo son. Nuestros ideales se vuelven relatos y épicas usados como mecanismos de sometimiento para que luego los sigamos ciegos: como una vaca que entra al matadero sin oponer resistencia.
Creer en discursos épicos no está mal. Lo que está mal es pensar que ese discurso es la única verdad en los tiempos que corren, porque la realidad es más aburrida.
Si a todo le ponés su contexto, sus “peros”, le encontrás un motivo, la causa y la consecuencia… podés hacer que todo encaje. Y ahí ya tenés una verdad para vender. Eso es un éxtasis para nuestro cerebro amoldado al mundo consumista e hiperconectado en el que vivimos. El problema es que dejamos todo eso librado a quienes tienen la sartén por el mango, y dejamos de pensar y organizarnos, porque “total lo hacen otros… lo hacen ellos”.
No sé qué es la vida ni qué sentido tiene, pero sí creo que la realidad es más aburrida. Por eso busco recovecos para hacerla más divertida, para mí y para quienes me rodean. Eso me lleva a creer en causas nobles, en ideales que no necesariamente son inamovibles. Creo que un poco de razón hay en lo que decís vos y en lo que digo yo. Creo que no todo es una línea recta ni una meseta, ni que para todo exista una verdad absoluta.
Lo que no creo es que las cosas deban manejarse con cizaña sobre la base de venderlo todo, ni que debamos tomar posturas enfrentadas como si fuéramos enemigos. Al fin y al cabo, no dejamos de ser lo mismo, aunque estemos intoxicados por quienes manejan los relatos, las épicas, los discursos. Y esos son camaleónicos, porque la realidad, a veces, es más aburrida.
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