Un fulgor rasga la seda del cielo,
donde duermen los astros, cautivos del polvo.
La noche, un pozo ciego,
bebe los sueños de quienes temen mirar.
Soy la sombra que no entiende el fuego,
la grieta que canta en los huesos de la tierra.
Mi voz, un relámpago,
muere antes de nacer en labios que tiemblan.
El tiempo es un río que se pudre en su lecho,
carne de olvido en venas de humo.
Nos arrastra,
nos devora,
y deja nuestras máscaras flotando
como naufragios de lo que nunca fuimos.
En la piel del silencio
escribo mi nombre con letras que sangran.
El viento las lleva lejos,
como se lleva el canto de los pájaros
cuando el sol olvida arder.
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