Había dos almas que caminaban juntas desde siempre. Una era fuego tímido; la otra, viento suave.
Se encontraban en los márgenes del día, donde el silencio no dolía y todo cabía en una mirada.
Compartieron inviernos y veranos, risas en pasillos vacíos, palabras que sólo tenían sentido entre ellas. Y sin embargo, un día, otra presencia llegó. No como tormenta, sino como sol nuevo que desvanece la neblina.
La una —la que partió primero— comenzó a brillar distinto. Su risa encontró otra música, y sus pasos, otro compás.
La otra —la que se quedó— no dijo nada. Solo miró cómo su mitad se alejaba entre luces que no le pertenecían.
Esa noche, bajo un cielo que ya no parecía tan familiar, pensó sin rabia, sin rencor, pero con una tristeza antigua: "Entiendo por qué él la eligió a ella... pero desearía que ella me hubiera elegido a mí."
Y el viento sopló,
como si también entendiera.
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