No sé en qué momento dejé de tener ilusión por vivir. Tal vez fue después de tantos intentos fallidos de ser alguien que valiera la pena, o quizá nunca la tuve y solo aprendí a fingir entusiasmo.
Durante años viví esperando el amor perfecto, creyendo que si me esforzaba lo suficiente, si era buena, si me hacía pequeña, alguien se quedaría. Pero no se quedaron. Nadie lo hace.
Me vendí la idea de ser esa princesa que podía cambiar a la bestia, curar lo roto, poner luz donde había oscuridad. Y cuando la historia se repetía cuando la bestia seguía siendo bestia, y yo solo me quedaba vacía me convencía de que el problema era mío, que no supe amar bien, que no tuve suficiente magia.
Ahora vivo atrapada entre el ruido y el silencio de mi cabeza.
Un día siento todo con tanta fuerza que me quema, y al siguiente no siento nada. Es como si dentro de mí vivieran dos personas: una que quiere salvarlo todo, y otra que solo quiere desaparecer.
Y estoy cansada.
Cansada de que cada emoción me rompa, de que cada intento de amor me devuelva a los mismos lugares.
Cansada de no saber quién soy sin alguien que me mire, sin alguien a quien entregarle lo que me queda.
A veces me miro al espejo y no reconozco a la que está ahí. No sé si soy la que soñaba con cuentos de hadas, o la que los destruyó todos intentando hacerlos realidad.
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