La primera vez que la vi

Lo recuerdo bien. Estábamos todas paradas como estatuas en el baño con una exaltación sin fundamentos, no estábamos haciendo nada rebelde. Los baños estaban sucios y eran feos, pero sin duda estaban mejor de lo había esperado. Eso sí, los pañuelitos eran casi tan esenciales como la billetera. Allí nunca había papel para secarse. Nos sacamos todas el barbijo para poder vernos de verdad. Para examinar aquellos rostros llenos de misterios que luego se tornarían familiares por el simple (y dulce) efecto de la cotidianidad. La vi. Me pareció que su boca tan aniñada no coincidía con esos feroces ojos color marronamarilloverde que devoraban a cualquiera sin siquiera intentarlo. La vi ese día y muchos más. Escuché sus historias sobre épicos recitales y canciones en su guitarra. La vi con esa imprudencia admirable, con esa caminata ligera y sonriente por la vida, como si estuviese por encima de las nubes y los demás mortales atrapados en la llanura del suelo. Y ella me vió. Linda y graciosa como una vez me dijo. Me vió hinchada de sueños, arrollada por las dudas, entregando resúmenes para asegurarme que todo esté bien y que todas íbamos a aprobar. Siempre haciendo lo posible para ahuyentar al mensajero de la soledad. Vi cómo me miraba y ella vió mis ojos rendidamente recíprocos. No hacían falta palabras, a pesar de aquella confesión que soltamos en el cumpleaños de una de las chicas. Me vió y yo la vi. Ese fue el problema