La vida entera
se siente como un esfuerzo por no desaparecer.
Una lucha sin gesta,
un parpadeo largo que todavía no termina.
El cuerpo,
esta ruina elegante,
se sostiene como puede.
A veces me siento en el borde de la cama
y pienso:
Es difícil llegar a los treinta
sin creer en Dios.
El sol
es lo único que me salva.
Pienso.
Sigue siendo el mismo desde que nací.
A veces me abrazo a su calor con los ojos,
como si pudiera calentar el hueco.
Como si el hueco supiera
que hay algo allá afuera
que todavía insiste
en quedarse.
Mi mayor miedo:
La posibilidad de que el amor no sea suficiente.
Hoy no quiero respuestas.
Solo ver la luz caer sobre los muebles
y suponer
que esa persistencia
significa algo.
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