Es cierto que la única verdad es la realidad. Pero la realidad tiene sentidos.
Les juro que este no es un texto más que explique el porqué de los resultados electorales.
Sólo esto, y seré directo: se equivoca Caparrós cuando escribe, en la previa a estas elecciones, “ya nadie podrá decir que no sabía”, en referencia a que todos ya vieron qué hace este gobierno. Menos mal que existe el psicoanálisis. Si supiera la variedad de formas del no saber, le cabría la posibilidad de pensar que no es un terreno donde uno salga muy victorioso cuando emprende batallas contra él.
Casi cualquier cosa (pongo el “casi” por cortesía) es negable o asimilable si hay un sentido que la sostenga. Dicho de otra forma, si hay un sentido que permita transitarla sin la angustia que ese hecho puede representar: palazos a jubilados, gente durmiendo en la calle o una fábrica que cierra. Muchos vienen señalando que Milei supo encarnar eso, a diferencia de Cambiemos en 2015. La presencia de sus juventudes como un actor consolidado parece ser un indicador fiable, no sólo le da un sentido a la historia reciente, sino también a lo que vendrá.
Freud (1927) decía que las ilusiones no son errores, aunque no estén ancladas en la realidad. Siempre me impresionó la potencia de ese concepto, y que nunca está claro cuánto dura, cuándo y dónde empieza la desilusión. Al igual que con el cuerpo: ¿cuánto aguanta una ilusión?, ¿cuánto aguanta un cuerpo? Además, seamos sinceros, si entre campañas del miedo o ilusiones algunos toman estas últimas, es dificil juzgarlos.
Si esto está políticamente logrado, tenés margen para perder la agenda política, para cinturear tu proyecto, para soportar golpes, etc. Si es que estas líneas tienen sentido, y allí está ubicado el gobierno, qué importante que lo consideremos. Podemos estar seguros que un modelo político asi se va a caer (¿cuál no?), ¿pero entonces qué? Es cierto que hay que estar preparados para ese momento como espacio político, pero no se debe confundir: la caída del plan de gobierno no es lo mismo tomarla como el momento del regreso, a entenderla como la causa del regreso. Si es esta última, la condena a la repetición es inevitable.
En fin, me interesan nuestras reacciones, las de quienes estamos de este lado. Las que siguen marcadas por la incredulidad. A partir de una perspectiva histórica y nacionalista, es importante ordenar expectativas sobre cada acontecer. Porque no siempre es a todo o nada. Es una vara muy injusta frente a la derrota, y no necesitamos un peronismo con eternos autoflagelos, sino consciente de su etapa política e histórica.
Que todo sea una pesadilla no es más que otro síntoma del presentismo de la política, donde la agenda actual siempre es la más importante, la más impostergable. Pero constantemente la política es un porvenir. Los fundamentos filosóficos hegelianos y aristotélicos que hacen al peronismo no me dejan pensar algo distinto. El mérito de su posición es que, en virtud del porvenir de las mayorías, no sacrifica su presente. Pero eso no le resta importancia sustancial al futuro como parte de la plataforma política: desde los planes quinquenales, pasando por la elección del tiempo sobre la sangre, hasta llegar al modelo argentino para el proyecto nacional. El proyecto -cualquier proyecto- es para adelante, un devenir.
Pero volviendo a las reacciones: qué peligroso e insostenible ver a miles de compañeros que comparten nuestros valores viviendo cada derrota como la más importante y la menos imaginable. No es cierto. Darles un marco de contención parece urgente. Esto no es edulcorar la derrota, ni dignificarla. Ni siquiera explicarla, pero sí darle perspectiva. Pensar dónde está el rival y dónde estamos nosotros es menester para saber qué pedirle a cada quién.
El peronismo tiene elementos de todo tipo para significar lo que pasa, ordenar a su gente, sus prioridades, y encaminarla a lo que vendrá. Si no lo hace, solo queda mover porotos para candidaturas, militar campañas electorales y aguantar nichos de poder, como les sucedió a otros partidos centenarios.
Dos cosas me encuadran a mí. No tienen por qué ser tomadas por otros, pero las comparto.
Primero: las victorias se construyen, y son tan valiosas por su construcción como por su triunfo. En otras palabras, vale menos una victoria sin construcción política que una construcción sin victoria, porque algún día llegará. A causa de la extraña difusión de mucho profeta doctrinario, el carácter pragmático del movimiento peronista se fue desdibujando. En nombre del pragmatismo se fueron comiendo otras premisas igual de doctrinarias, y entonces sólo nos quedó ganar elecciones como la única manera de medirnos. Es una pena, porque si hay algo que nos permite ser una fuerza pragmática -es decir, que la disputa real de la conducción del Estado es innegociable- es la certeza de que vale la pena construir porque la victoria llegará. No ya como un horizonte utópico que sólo tiene valor por su nobleza, como ocurre con otras fuerzas políticas. La victoria llega. El peronismo vuelve, por su metodología y su concepción. No es un imperativo: es un resultado, casi lógico.
Segundo: una generación formada políticamente bajo el calor y las frialdades del Estado. Esa es nuestra particularidad política, para nada menor. El mérito histórico de haber construido sentidos que son fiel testimonio de una época hermosa para las mayorías. Los sentidos caen si dejan de significar la realidad y si pierden su carácter de sublevación o resistencia. Se cristalizan a riesgo de caer en prácticas egipticistas, como dirían los nietzscheanos: petrifican la realidad en conceptos estáticos y universales, como si fueran momias, en lugar de aceptar su carácter dinámico y cambiante.
No son sólo nuevas formas de decir, sino decir otras cosas. Pero, paradójicamente, “otras cosas” no quiere decir muy distintas a las anteriores. No hay que renunciar a ninguna bandera. Se trata del arte complejo de espejar consignas, de forma tal que la figura que ese espejo devuelva pueda contener a quienes se miren en ella. No es una repetición discursiva: el espejo nunca devuelve su imagen original, pero la necesita. Quizás esa sea la relación entre principios y plataformas políticas.
¿Cuáles son esos nuevos decires? Justamente no se saben, porque son impensables hasta que suceden. No obstante, para que algo acontezca, devenga, suceda, es importante generar las condiciones. ¿Qué relación tiene la dirigencia política con el porvenir? ¿Hacia dónde y cómo consideran que hay que ir? ¿Cómo hacerlo? ¿Contra quién? Por supuesto que el peronismo y los peronistas lo sabemos, a modo general y abstracto: la particularización implicará conflicto. Por otro lado, ¿qué ofrecen nuestros representantes a las nuevas generaciones? ¿Ya no tienen componentes revolucionarios? ¿Es una mala palabra, o acaso el peronismo no fue una revolución? Sin estas preguntas, serán nuestros conductores o referentes solo quienes más midan electoralmente, y esa es la democracia de las oligarquías. Lo lamento tan profundamente como quien es parte de ello.
Luego quedarán las preguntas para las organizaciones políticas en su amplio espectro: ¿qué discusiones le plantean a sus superiores?, ¿cuáles son sus tres, cuatro, cinco consignas innegociables que hacen a su proyecto nacional?, ¿qué se discute en las organizaciones?, ¿con qué se encuentran los nuevos? Pero estas preguntas son consecuencias del párrafo anterior.
Capaz todo esto es un rodeo excesivo solamente para decirnos y recordarnos que, ganemos o perdamos, la reconstrucción nacional no empieza en las urnas.
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