la polilla soy yo ★

hay un punto de calor suspendido en el centro de todo. no tiene alma, no tiene rostro, no titila ni ofrece sombra, no entrega descanso ni me da prórrogas. permanece encendido sin pausa, sin cambio de intensidad. no abriga, no arde, no habla. brilla, pero no alumbra. alrededor de esa claridad que no ofrece dirección, se enrosca una vibración constante, un roce de alas que no encuentran su órbita, que dan giros sin viento, sin distancia, sin destino. y ahí estoy yo, un cuerpo ínfimo que gira por hábito, una criatura empequeñecida por la soledad y que ha dejado de comprender la diferencia entre movimiento y prisión. no vuelo, pero no me detengo. no avanzo, pero no descanso.
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no hay línea de partida. no hay memoria de cuándo empezó este girar, ni cuántas veces he repetido el mismo tramo entre mi forma y la luz. todo lo que tengo es este tambor interno que no deja de marcarme el ritmo, esta fuerza sin voluntad que me mantiene cerca de un fuego sin dirección, de una luz sin color. no recuerdo lo que había antes del foco. tal vez no había nada. tal vez existo sólo desde el momento en que empecé a girar y tal vez lo único que me sostiene es este calor que no cambia, esta energía fija que me mantiene en un espasmo perpetuo. las alas no me duelen ya, solo dejaron de ser parte de mi cuerpo. son extensión del temblor, son instrumento de la repetición, son el residuo de algo que alguna vez quiso irse, o el momento en que pasé de ángel a polilla.
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cada golpe contra la superficie me devuelve una forma mínima de presencia. no me duele, no me rompe, no me detiene: me afirma. me recuerda que sigo siendo una cosa en movimiento. que aún hay dirección, aunque no haya propósito. que todavía existe contacto, aunque no signifique. y si por un segundo la luz se apagara, si desapareciera el calor, no habría pausa ni alivio. habría vacío, caída sin fin. no encontraría el descanso, sino la desaparición de perder mi propia conciencia. por eso insisto, por eso me sostengo. no es porque espere otra cosa y no creo que algo va a cambiar. no me mantengo aquí por esperanza, ni por miedo: es pura repetición.
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en esta lámpara en la que giro sin cesar, no hay ojos que me miren, ni hay oído que capte el zumbido suave de mis huesos girando. tampoco hay palabras que alcancen a explicar esta forma de vida. desde afuera todo parece en orden. el foco permanece brillante, y (yo) el insecto se mueve. no hay caos pero dentro de mí se ha instalado una forma callada de ruina, no de las que colapsan con furia, sino las que se acumulan despacio en los dolores de cada los días, en el espacio que dejan los gestos que se hacen sin pensar, en la brecha que se forma entre lo que se hace y lo que se siente. no hay desconexión porque nunca hubo vínculo. sólo este girar sin registro, este cuerpo que vive sin vida.
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y si alguien me dijera que puedo detenerme, que existe la posibilidad de alejarme de la luz, de romper el ciclo, de dejarme caer, no sabría dónde poner las alas. no sabría qué hacer con la calma. no sabría cómo se construye el cuerpo fuera del calor. porque he girado tanto tiempo que mi forma está moldeada por la distancia que hay entre el centro y mi órbita. no tengo algo que me sostenga si dejo de vibrar. no tengo rostro si no hay foco. no tengo ser si no hay repetición.
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esto no es una espera, no es un duelo. tampoco es una despedida. es una danza involuntaria que se sostiene sin espectadores, sin testigos, sin sentido. soy el insecto. soy el giro. soy el temblor. el dolor no me persigue, no me habla ni me toca: me mantiene, me ha adoptado. me ha dado un hogar caliente y brillante donde nada puede suceder. y todo se repite y yo permanezco. y el foco no se apaga. y mi cuerpo no cae. y el zumbido sigue. y yo no sé vivir de otra forma.