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    La perturbabilidad del alma y escribir una monografía

    franz

    Mar 9, 2024

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    Sobre la no acción estaría bueno escribir.

    También hubiera estado bueno escribir sobre el reconocimiento mutuo en Hayden White, relacionarlo con Hegel, y hasta con Butler. En cambio, algo me paraliza en la vigilia y termino escribiendo sobre una crítica que le hizo David Carr a Paul Ricoeur en la que ni siquiera creo y a la cual caí sin prevenirlo. Pero es por la tonta lealtad que por alguna razón le guardó a Ricoeur, creo, o a Gastón, especialista en Ricoeur que dictó las clases en donde aprendí más de su vida personal que del filósofo. Que está hace veinticinco años con un tal Darío que era su profesor, y a quien le molestaría enterarse que él cuenta a sus alumnos cosas de su vida privada; que tiene una relación simbiótica con su mamá, quien tiene principios de demencia, creo, y quien una vez lo llamó a mitad de la clase. Me acuerdo la anécdota sobre las posiciones en la cena familiar, como él se encontraba siempre entre sus padres y su hermana se sentaba en una punta, más alejada, y como eso terminó por reflejar simbólicamente su futuro y la relación con sus padres. Pero no me acuerdo a cuento de qué aspecto de Ricoeur venía. El ejemplo del analista, página 144 de —Tiempo y narración I— no sé. Muy del papá era, estilo freudiano, pero se murió cuando él era adolescente. Catorce años, creo. Puedo decir esto pero no puedo recitar la teoría de Ricoeur. Más que nada porque nunca se le entendía lo que estaba diciendo. Muy concentrada tenías que estar y yo nunca lo estoy.

    Siempre escribo acá cuando tendría que estar escribiendo en el archivo de la otra pestaña. Esta vez se titula “copy of monografía (historia)”. Siempre es algo. Sé que varias alumnas de la clase de Filosofía de la Historia ya empezaron su "copy of monografía (historia)" desde las primeras semanas de clase. O si no hicieron eso, al menos iban pensando qué tema les interesaba, hacían notas en los márgenes de las hojas, círculos alrededor de algún autor, mentalmente escribían una lista de títulos que parezcan (o las hagan parecer) inteligentes, originales, graciosos pero de una forma intelectual. O si no hacían eso, probablemente prestaban atención en las clases, tenían un único cuaderno donde transcribían lo que la profesora y profesores decían, etc. Naturalmente, no hice ninguna de estas cosas y ahora la fecha límite es hoy, creo. Al contrario de mis compañeras, empecé la monografía ayer, sin haber leído un sólo texto completo. Hasta ahora, tengo suerte. Desde los ocho años, me digo a mí misma recordando ese afiche horrible, verde oscuro y marcador negro, letra chiquita inentendible. O tenía diez años y la nota era ocho? No sé. Pero dudo que vuelva a pasar. Recientemente dije lo mismo y me fue bien; sé que si le digo a alguien que planeo que me vaya mal van a rodar los ojos, aburrides del mismo discurso, van a insultarme en chiste. “Siempre te va bien”, van a recordarme amargamente. “Siempre lo mismo”, pensamos todos.

    Volví a ver Feel good de Mae Martin. Es raro porque siento que odio a los millennials porque pienso que me molesta su humor, y Mae es millennial y comediante. Y, como todo lo que me gusta secretamente, me cuesta no tirarlo abajo. Es cringe, digo para afuera. No, no te va a gustar, le digo a alguien imaginario cuando me pregunta. No me rio pero sí me conmuevo y es peor. Más vulnerable. Recomendar cosas que te conmueven es abrir las puertas y las ventanas y dejar que todo el mundo vea tu casa, tus cosas. Cuando veo esa serie me pongo un poco trágica, tóxica y varonil, en el sentido de una lesbiana, no de un hombre. Más bien, de un joven. Un chico lesbiana, un boy. En el sentido superficial de hoy me siento no-binaria porque tengo un buzo simple, un jean negro y unos borcegos, y me voy a cortar el pelo. Pero no me siento no-binaria, no me parece que sea un sentimiento que podés tener o no. Me gusta hablar de mí misma en femenino porque siento que es raro, pero una incomodidad que no molesta, que intriga. Debe ser porque el universal sigue siendo masculino y en contraste parece trasgresor escribir en femenino un texto, ellas, ellas, nosotras.

    Me conmueve porque siento que representa bien la ansiedad, la incomodidad. Es honesta, qué sé yo. Pero no puedo ver tanto porque hace que actúe raro en la mesa. Como cuando salís del cine y te sentís rara en tu cuerpo, después de haber estado abstraída un rato.

    Sobre la imperturbabilidad, yo creo que tenían algo de razón los escépticos. Algo de ellos me atrae, desde que leí un poco la reconstrucción de Simone de Beauvoir sobre Pirrón y Cyneas, que todavía no sé quién es. La suspensión del juicio, la imperturbabilidad, la in-acción, sobre todo. Es como una justificación, capaz. “No actúo porque suspendo mi juicio a la manera escéptica” suena mejor que “no actúo porque estoy paralizada, porque me puedo quedar sentada en una silla horas —si mi espalda no me mata antes— sin hacer nada, inmóvil, sin entretenimiento externo, nada, nada”. Y en la cama, ni hablar. Tenía que escribir algo la semana pasada, no me acuerdo muy bien qué era. Me quedé acostada en la cama por dos horas sin moverme, sin dormir. ¿Qué pasaba por mi mente? No sabría decir. Nada, capaz. Me gustaría que al escribir se revelen cosas. Ricoeur escribe que la literatura abre mundos posibles y nos ofrece otra herramienta para conocernos a nosotros mismos, a la humanidad. Me gusta eso porque no sólo habla de la conexión entre realidad y ficción, sino que hay una especie de primacía sobre la ficción que me interesa. No sólo no podemos escapar de la ficcionalización —la identidad se construye mediante relatos de una misma, cómo contás una anécdota demuestra quién querés ser o cómo querés ser percibida, y los relatos no tienen que ser ni siquiera para con un otro, sino que una misma se dice quién es—, sino que es preferible, digo yo, al discurso auto-percibido científico, objetivo, universal, serio, sobrio, monótono, gris. Eso estoy “argumentando” en la monografía. Básicamente en línea absoluta con lo que dice David Carr, así que no sé muy bien qué estoy haciendo, pero no me gusta como escribe Carr, no me conmueve y yo pienso que un texto necesariamente tiene que conmover. ¿Para qué escribir sino? Incluso los que buscaban argumentar lógicamente un sistema filosófico abstracto con pretensión científica querían conmover o escribían conmovidos, arrastrados por la convicción. Pero no lo asumían. Eso quiere señalar Hayden White, según entiendo.

    No me gusta porque me parece egocéntrico, ja! Un filósofo, egocéntrico! Al estilo Aristóteles comienza con una reconstrucción básica de la gente que escribió sobre lo mismo pero peor —apreciación de él, no mía—, y después pasa a sus críticas y a su propuesta positiva. Qué sé yo, sí. Pero el cómo contás importa y si me parecés egocéntrico voy a defender a Ricoeur y voy a decir que todo lo que decís ya se encuentra en él, a pesar de que te quieras distanciar para auto-posicionarte como una revelación original y radical. Voy a decir eso y no está muy bien, creo yo, porque Carr sí parece un poco más radical. Sí defiende la continuidad formal entre una narración y los hechos de la vida cotidiana, mientras Ricoeur parece decir que la estructura formal se la da la narración. Pero qué sé yo, desaprobame, se entrega en unas horas y ya no puedo escribir otra cosa. Ni siquiera puedo escribir esto; ni quiero!

    Pero es lo último, dicen. El último empujoncito de Sísifo con la piedra para que ésta vuelva a caer.

    Lo último y, ¿qué? Y vuelve a empezar. Y empieza de nuevo y digo obvio que voy a leer y no leo y si leo me interesa pero no leo y después tengo que escribir y me paralizo pero si escribo me gusta pero no escribo y después entrego y si me quejé me va bien y si me quejé me va más o menos pero de una forma u otra siempre apruebo y nunca aprendo y termina y vuelve a empezar y, después, ¿qué?

    franz

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