Puedo percibir mis piernas extinguiéndose,
mis brazos cediendo,
y mi mente, difuminada.
Siento esa calma que —imagino— habita a los muertos.
.
Antes de rastrear el origen de este dolor
que se propaga como eco en cada vértebra,
me atraviesa la única paz:
la paz de un cadáver,
no la incertidumbre palpitante de un ser vivo.
.
Mi sombra se acurruca a la izquierda de mi pecho,
mi gato negro, aterciopelado,
se enrosca como un guardián.
.
¿Será el corazón?
¿Los pulmones?
¿Los huesos?
No eran hematomas los que saboteaban mi andar,
eran memorias.
.
Siempre fuiste vos.
.
Él lo supo. Él escuchó
el sollozo atrapado en mi costado izquierdo.
Me dejaré desgarrar,
si acaso este suplicio se disuelve.
.
Solo deseo la serenidad de un difunto,
no el vaivén de la espera.
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