La patria de una poeta maldita.

Allá, la madre patria es el arte de otros ojos, pintados al óleo.

Acá, la poesía emerge de los cimientos putrefactos de mi aposento.

No hay musas, solo hastío; el castigo que impregna la muerte,

que es intérprete, es simbolista, es la escoria que dibujo en mi sepulcro.

Menos los cánticos que ilustro —llámense gregorianos, como monje al alba—,

hago uso de esa destreza artística en los oídos inertes de la humanidad.

Camino, y los senderos son vacíos; son baldíos de otra alma callejera.

Son fríos como el Dios que me condena; son hogueras de escándalo,

son el amor en tiempos de guerra.

Su eternidad es la vecindad que me abandona,

su caldero apaga el fuego de mis estrellas,

sus peldaños quebrantan las veredas.

Mi esencia, hurtada. Y mi arte, cíclico,

me habla de siglos en los que fui un sueño,

fui el hastío donde nació la madre patria,

donde aquellos ojos, pintados al óleo,

enjuiciaron a la poeta,

induciendo los cimientos de su poesía a sucumbir maldita.

(c) Milagros Gomez