Vengo de una linda charla con un pozo. Y probablemente lo vuelva a hacer. Sí, soy raro. Ya me lo han dicho. ¿Quién habla con pozos? Bien, yo lo hago. De hecho fue una conversación muy interesante. Recordábamos aquella anécdota que valió muchas de las amistades que formamos allí.
El pozo no hizo ninguna amistad. Ni siquiera una. Muchos ya lo dejaron en la eterna ignorancia del olvido. Pero el pozo observaba. Lo veía todo, tal como nosotros lo vemos. Recordaba con lujo de detalle aquel día, y todos los otros. Mejor de lo que cualquiera de nosotros podría intentar hacerlo. Aún siento como suenan dentro de él todas las risas de aquel día. Espero que jamás lo olvidemos, aunque algunos ya lo hayan hecho.
El destino es como un dado de caras infinitas. Infinitas posibilidades. Nada es imposible. Que un pozo no tenga fondo, es sumamente probable. Pero con ser probable no basta, porque el pozo pelea. No cede jamás. Nunca será infinitamente hondo. Siempre tendrá un final. El pozo pone los límites, el vacío total nunca logrará apoderarse de ellos.
El pozo es un increíble compañero de reflexión, al punto de competir con la almohada, procesadora de sueños y deseos por excelencia, y la ducha, profesional refrescante de ideas y pensamientos. “¿Qué hago? ¿Le digo o no?”, pensaba yo. “No lo pienses demasiado. Haz lo que decidas en el momento”, acotaba el pozo. No le hice caso. Me ahogué en los pensamientos. Decidí decirlo. Luego comprobé que hice bien. El pozo me felicitó, pero solo por cumplir mi fin. Pero el fin jamás justifica los medios. No le hice caso. La necedad del humano no tiene límites. Deberíamos aprender a ser como los pozos: aprender a poner barreras, a decir “basta”. Pero somos un pozo sin fondo.
Propongo un ejercicio. Imagina un pozo. Visualiza a alguien dentro de él. Puede ser un par de mellizos, o muchos de ellos también, siempre y cuando ellos sean internos y no externos. Escucha lo que esa persona tiene para decirte. Fíjate si necesita ayuda, ser sacada del pozo. O si está ahí para dar un consejo, ayudarte a ti. Luego, reflexiona qué harías. En el caso de que necesite tu ayuda, ¿le tiendes una mano, o lo dejas que se hunda hasta el final? Si está ahí para dar un consejo, ¿lo tomas, lo aplicas? Tú decides. En todo caso, será una microdecisión. Trata de microdecidir bien, con lo que “bien” implique para ti.
¿Qué es un pozo? No creo que sea una pregunta muy dura. No es el tipo de preguntas que suele dejarnos atónitos. ¿Qué es el tiempo? ¿Qué es amar? Rudo desafío responderlas. La mayoría no logra decir algo aproximado. Aunque discernir qué es un pozo no presenta mucha dificultad. Una hundición, dirán algunos. Un bache, un pedazo que falta, otros. Probablemente, la mayoría haya dicho algo similar, y si bien es algo impreciso, es demasiado acertado. Pero para mí, no lo es. Un pozo, según mi experiencia, es un lugar.
Es un lugar como cualquier otro. Un lugar no es simplemente un espacio físico: es un contexto. En él están involucradas las personas. Sin personas que lo vivan, lo disfruten, no hay lugar. Sin lugar, no hay personas. No se puede separar a la gente del lugar, ni a este de la gente. Lo que hace especial a un lugar, es la gente que hay en él y lo que esa gente hace. Y lo que hace única a la gente, son sus lugares. Y eso justamente es lo que hace especial a un pozo: la gente. Las personas que han caído en él. Las personas que han ayudado a los que han caído. Las personas que se han reído de la caída. Las personas que recuerdan esa anécdota.
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