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La pared de concreto del laberinto

Aug 13, 2025

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La pared de concreto del laberinto
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Entre páginas gastadas de un libro viejo, existía un mito que para muchos era cierto y para otros era negativo, pesimista o irreal. Mis manos jugaban con una verdad perturbadora, el polvo ensuciaba mis dedos y mi nariz picaba por el olor. Era viejo, lo había encontrado en la habitación de alguien que había roto mi corazón hace un par de meses pero que no había tenído el valor de volver a buscar por miedo de lo que conseguiría.

Sentimientos encapsulados, o algo así se veía en la portada.

En mi cabeza volaban los enígmas, las preguntas que tenían respuestas y las que mejor se obviaban solas, no había un término medio en mi incertidumbre, no había seguridad que me consolara mas allá de mis propios ruidos mentales que algunas veces me hacían tomar decisiones apresuradas y otras veces, solo me hacían caer en cuenta de la dureza de la vida.

El laberinto que atravesaba mi mente cada día era mas oscuro, mas peligroso, no sabía en qué momento era verdad o que día era de noche. La realidad aquí era que nadie podía sacarme de mi sistema de defensa, solo yo.

A gritos pedí ayuda, desgarré mi garganta con lamentos que jamás fueron escuchados y hoy en día siguen atormentandome, persiguiendome cuan gato a un ratón. Quiero ser libre, nada sería suficiente para consolar mi incertidumbre, esa pregunta en realidad sonó más a afirmación que a pregunta pero ya estaba acostumbrada a ser perseguida por el pesimismo.

¿Por qué no había sido suficiente para Saverio? todos y cada uno de mis latidos desbocados habían entonado en su nombre, por sus ojos, por su sonrisa y por su tacto, sin embargo nunca escuchó lo que mis ojos demostraban. Era indescifrable mi manera de amar, de sentirme vacía y hallarme en una persona que nunca sonrió por mi felicidad, justo ahora me reía tragando todo el polvo que el libro desprendía, que ingenua.

Para mi sorpresa el libro no transmitía frío, sino puro calor, sofocante y de manera descomunal. Mis manos sentían el peso de una verdad cruda y difícil. A pesar de que llevaba años siendo utilizado para fines crueles, no parecía hacer daño. Mi mente me recordó cuando dije lo mismo de Saverio, un cruel humano, alto, imponente y con malicia hasta en los ojos. Manos de hierro que hacían sentirte como una pluma en un saco de piedras. Tan bueno por fuera y tan dañino por dentro, como una droga que olía exquisito y te dejaba sin juicio por horas. Así sentía amarlo y que no fuese suficiente a pesar de tu conocimiento real de la situación.

Mi descuido mental era solo la punta del izberg, la rama mas pequeña del tronco gigante y seco, la pequeña fruta que crecía de un gran árbol. Todo se iba sumando con fuerza y se crecía como el fuego en un incendio, como la plaga y la sangre.

El miedo me azotaba, la inseguridad me aplaudía tan fuerte que mis oídos no me permitían escuchar nada más y todo a mi alrededor no se difuminaba con tranquilidad, era yo pelando con mis monstruos. Llevaba años huyendo de mis cazadores, pero siempre conseguían la manera de hacerme caer y conseguirme en medio del laberinto y estrellarme contra la pared de concreto.

El misterio latente del libro me consumía al punto de no ver nada más, todo pasaba lento a mi alrededor, el suelo bajo mis pies desnudos seguía húmedo y frío. La brisa acariciaba la piel desnuda de mis hombros y mi largo cabello negro fluía con las olas de viento. Nadie podía sacarme de mi trance, no volvería jamás a encontrarme ¿ lo haría alguna vez ?

A mis espaldas me susurraban mis verdugos, la negatividad era parte de mi entorno pero no con solidaba mi tristeza, ver el libro y recordar mi ausente tranquilidad me llevaba al calor humano que alguna vez sentí.

Saverio estaba en todos lados, mi inestabilidad me obligaba a aguantar el frío y seguir postrada sobre el frío de la noche. Yo era el mito, ese que muchos susurraban, gritaban en silencio y del que huían cuando la tarde caía en las calles. Yo era el peligro, el miedo, la tristeza, el desespero, la locura, la demencia, el sufrimiento y el dolor de todo aquel que me sonriera, así lo prometí una madrugada de desconsuelo por mi corazón roto.

maria fernanda alzurutt

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