El yin y el yang: la vida tiene dos caras. Hasta ahora había tenido miedo de ver una de las mías; temía que me pasara como en la frase de Nietzsche: “Si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada”.
He visto de cerca el lado más oscuro de mucha gente. Me ha golpeado, traicionado y abatido esa parte que me negaba a ver en los demás por no verla en mí.
¿Qué tanto es tantito? No quería averiguarlo, pues tal vez no habría vuelta atrás. Y así fue como sacrifiqué, por mucho tiempo, mi lado oscuro y me convertí en un dulce cordero que incitaba a los lobos a devorarme.
Ahora no. Lo que niegas te somete y lo que aceptas te libera. Aprendí de los mejores en hacer lo peor, y aunque me resistí, ahora entiendo que todos somos tonalidades y no absolutos.
Así que dejé que saliera aquello que escondía debajo de la alfombra, y recuperé el poder de protegerme. Mi regla es usarlo solo para cuidarme, no para atacar… por ahora.
Recuperar la visión de un sentimiento como espada, y no como cruz, cambia el peso en el alma. Ahora todo es más ligero, pues si me domino, nadie más podrá hacerlo.
La memoria es un flagelo o una bendición. Recuerdo cada palabra negra, cada deseo oscuro, y sobre todo, cada movimiento maquiavélico. He visto el mal a los ojos durante toda mi vida, y temía ver de nuevo el receloso reflejo de unas pupilas tan densas que me absorbieran.
Siempre estuvo ahí. Mi gata se llama Kali, como la diosa hindú que simboliza la oscuridad eterna y que, tiene el potencial tanto de destruir como de crear.
Abrazar la oscuridad es abrazarme a mí.
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