La noche de mi muerte, habrá una cama deshecha
y un cuerpo que ya no quiso seguir habitándose.
Una sábana vacía doblará el aire,
y el espejo sabrá guardar bien mi secreto.
No dejaré cartas. Mi cuerpo será la nota.
Mis cicatrices, las palabras que nunca dije,
y mi sangre, el punto final.
Esa noche, seré solo reflejo.
Me miraré a los ojos por última vez,
y me haré la pregunta que nadie se atrevió
a responderme:
¿Qué pasa si agarro el cuchillo
y corto la línea exacta entre estar y no estar?
Me vuelvo, desenvuelvo
me dejo caer al otro lado de mi.
Esa noche no lloraré;
ya lloré en mis intentos fallidos,
en los vómitos discretos,
en las manos que aflojaron la soga porque aún me quedaba una promesa.
Pero esta vez…
esta vez, el gatillo sabrá entenderme.
El filo sabrá decir lo que yo no pude.
Habrá un ruido seco.
Una mancha en la memoria de las cosas,
un nombre borrado de la lista.
Y al día siguiente, nadie sabrá exactamente por qué,
pero el mundo dolerá un poco más,
y no tendrá a quien culpar.
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