La noche de los héroes de armadura albiceleste.

“Argentina”, originario del latín “argentum” que significa “plata”. Pareciera que desde nuestros inicios estamos condenados a ser teñidos de plateado y nunca de oro. Siempre en segundo lugar, siempre espectadores viendo como la suerte rueda para otros que alcanzan la gloria mientras la lluvia de papel picado metalizado inunda el verde y nosotros lo visualizamos de reojo desde el lateral. De rodillas en el suelo con la mirada perdida en el cielo, rogando que algún día cambie la profecía. Absurdamente creyentes aferrados a los últimos y débiles destellos de las creencias de nuestro corazón. Repetición eterna de patrones, errores reiterados simplemente mejorados, laureles marchitos, años pasados, leyendas momentáneas y héroes que fueron abatidos en el medio del combate. Miramos en retrospectiva como lo conseguido es un recuerdo lejano que se desvanece mientras nuevas estrellas iluminan el cielo para otros, y para nosotros nos ampara una neblina que pareciera acecharnos por el resto de nuestras vidas. Afuera todos traman algo reclutando viejos enemigos conocidos y aquellos que hasta resultaron ser de nuestro mismo palo, todos con ansias de que las hienas hambrientas mastiquen los últimos pedazos del mejor de nosotros. Pasamos tantas noches con hambre de gloria... tantas que las migajas hechas de ilusión fueron aquellas que en algún momento parecían ser nuestro destino final. Pero un día el cielo nos escuchó, y nos iluminó con la elevación de un ángel a los textos sagrados de la historia. Aquel salvador que venció a los villanos que anhelaban tajar sus alas con dagas filosas. Liderado por un pequeño gigante hombre mágico, seguido por los protagonistas de la era hecha de oro: mentes maestras, guerreros justicieros y héroes albicelestes. Las adversidades caían una y otra vez ante nosotros, las multitudes enloquecían, los diarios plasmaban la historia para que el mundo viera como las calles se llenaron de los nuestros y nuestros colores se reflejaban en cada parte de la ciudad que antes solía ser de la furia, pero que siempre fue la capital de la pasión. La conjunción de los astros, las plegarias evocadas ante las estrellas fugaces y la alineación de los planetas conspiraron a nuestro favor. Y el simple deseo de querer tan sólo una cosa, fue aquel que nos dio absolutamente todo.