La niña de la ola le tiene miedo al mar
y se ahoga entre temores sin llegar a tocar el agua.
No sabe nadar, ni bucear, ni tampoco caminar
y se ahoga entre ansiedad en las rocas de la playa.
Poco le sirven los socorristas que la ven
si quien la puede salvar la mira con desdén
con asco, con odio, con ira,
y a veces, ni la mira.
La niña sabe que se quiere marchar
y se machaca a todas horas
porque ha echado raíces en tierra firme
donde se lamenta cuando está a solas.
Ella riega con las lágrimas acumuladas en su pelo
las enredaderas que danzan a su alrededor
tan altas que rozan el cielo
demasiado altas para lo poco que le dejan crecer.
Las riega involuntariamente sabiendo
que la inmovilizan y la atan
pero la niña no puede parar de llorar
y son las lágrimas quienes finalmente la matan.
La niña que nunca fue tan niña ha muerto
de culpabilidad y desesperación
sin poder moverse y bien consciente
de que ella misma fue su perdición.

Ágata Torres Piñol
Ilicitana de vuelta por Europa. Fuimos de España a Irlanda, después a Holanda y de vuelta mi país de origen. Esta vez en Barcelona.
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