La poesía no constituye un mundo pueril, añejo o exclusivamente amoroso —y mucho menos aburrido—, sino una forma profunda de verdad humana, individual y colectiva. Su valor no está solo en la belleza del lenguaje, sino en su capacidad de expresar lo que muchas veces no puede decirse de otro modo.
Hoy, en muchos liceos donde existe un plan de lectura, la poesía sigue siendo relegada a un segundo plano. Si bien el énfasis en la narrativa es comprensible, resulta preocupante que se reduzca la experiencia literaria a novelas o cuentos, ignorando el aporte único de la lírica. Autores como Gabriela Mistral, Vallejo, Storni, Neruda o Dante Alighieri deberían tener un lugar constante y vivo en nuestras aulas.
Según datos del Ministerio de Educación, menos del 15 % de los textos trabajados en clase corresponden al género poético. A esto se suma un estudio de la Universidad de Chile (2020), que reveló que el 68 % de los estudiantes nunca ha escrito poesía en el aula, pese a que muchos manifestaron interés en hacerlo. La UNESCO, por su parte, ha destacado cómo la escritura poética fortalece la autoestima, el pensamiento abstracto y la expresión emocional en los adolescentes.
Leer y escribir poesía en la escuela no debería ser un ejercicio técnico ni una búsqueda de significados únicos. En palabras de Octavio Paz, “la poesía es hambre de realidad”. Por ello, propongo incluirla con mayor presencia en los planes de lectura y fomentar su escritura, no con fines evaluativos rígidos, sino como una forma de autoconocimiento y salud emocional.
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