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La naranja nietzscheana

Aug 14, 2025

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La naranja nietzscheana
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La novela La naranja mecánica de Anthony Burgess, así como su célebre adaptación cinematográfica por Stanley Kubrick, ofrece una reflexión profunda y perturbadora sobre la moralidad, la libertad y la naturaleza del mal. Estas temáticas resuenan de manera particularmente potente cuando se las pone en diálogo con el pensamiento filosófico de Friedrich Nietzsche, especialmente en obras como Más allá del bien y del mal o Humano, demasiado humano y La genealogía de la moral. En este ensayo, propongo una lectura nietzscheana de La naranja mecánica, explorando cómo el personaje de Alex, el método Ludovico y el accionar del Estado exponen la fragilidad de una moral impuesta desde fuera, y cómo la libertad, aun cuando conduce al mal, resulta más ética que su supresión.

Desde los primeros capítulos, Alex se nos presenta como un joven entregado al caos, la violencia y el placer. Habla con un argot inventado, el nadsat, que refuerza su alienación social, y su existencia está marcada por la búsqueda incesante de sensaciones intensas. En términos nietzscheanos, podríamos decir que encarna una voluntad de poder desbordada, una negación radical de las normas morales tradicionales. Su placer no reside en el sentido, sino en la fuerza del acto. Sin embargo, lo que a primera vista puede parecer una afirmación vital, pronto se revela como una forma incompleta del superhombre nietzscheano: Alex destruye, pero no crea; su rebeldía no busca trascender valores, sino simplemente ignorarlos o burlarse de ellos.

Aquí se vuelve necesario matizar la figura del superhombre. Para Nietzsche, el übermensch no es simplemente quien se libera de las ataduras morales convencionales, sino quien, desde esa libertad, es capaz de generar sus propios valores. Es decir, su rebelión es creadora. En Alex, en cambio, encontramos una figura más cercana al nihilista reactivo: aquel que niega todo sin proponer nada. Es un sujeto atrapado en la fase destructiva del proceso, sin alcanzar nunca la afirmación plena de sí mismo.

El punto de inflexión en la historia se produce cuando el Estado decide reeducar a Alex mediante el método Ludovico. Este procedimiento, que mezcla condicionamiento conductista con tortura psicológica, logra que Alex asocie la violencia con una sensación de malestar físico insoportable. A través de este método, el Estado se apropia del cuerpo y la mente del individuo para convertirlo en una pieza funcional del sistema. Lo que se busca no es la comprensión del mal ni su superación, sino su represión automática.

Se introduce entonces la gran pregunta ética que atraviesa toda la obra: ¿puede existir la virtud sin libertad? ¿Puede un ser humano ser considerado bueno si ha perdido la capacidad de elegir? La técnica convierte a Alex en alguien incapaz de ejercer su voluntad; el impulso hacia el mal se ve acompañado de un dolor físico intolerable. Así, el Estado se deshace del criminal, pero también del sujeto. Esta figura de Alex como una "naranja mecánica" - algo orgánico por fuera pero artificial por dentro- encarna con precisión la crítica nietzscheana a la moral de esclavos: una moral impuesta, que nace del resentimiento y no de la afirmación de la vida.

Nietzsche distingue entre una moral de señores y una moral de esclavos. La primera se basa en la afirmación del poder, la creación de valores propios; la segunda, en la obediencia, el temor y la negación del deseo. El condicionamiento de Alex lo convierte en esclavo, no ya de la sociedad, sino de un sistema fisiológico de castigo que lo priva de la agencia. El acto "bueno" que ya no puede elegir deja de tener valor moral. Tal como sugiere Nietzsche, lo que convierte a una acción en moral no es su resultado externo, sino la voluntad que la impulsa.

Además, el Estado que castiga a Alex termina revelando su propio rostro violento e hipócrita. Burgess, como Nietzsche, parece preguntarse quién es más monstruoso: ¿el joven criminal, o la maquinaría institucional que lo mutila psicológicamente en nombre del bien? La novela y la película denuncian esta forma de poder que no busca la transformación ética del individuo, sino su domesticación funcional. La moral, en este sentido, se reduce a una estrategia de control. El sujeto deseante, impredecible, debe ser neutralizado.

En Humano, demasiado humano, Nietzsche despoja al ser humano de toda ilusión idealista: somos criaturas contradictorias, impulsivas, capaces tanto de la creación como de la destrucción. La naranja mecánica expone esa misma fragilidad. Cuando Alex es reducido a un autómata incapaz de desear, no se vuelve más humano, sino menos. La ética que no anula también anula su humanidad. Por eso, al final del tratamiento, el Alex "bueno" no despierta admiración, sino compasión e incluso repulsión. Ya no es un sujeto libre, sino un títere programado. La pregunta final que deja la obra es, quizás, la más perturbadora: ¿no es preferible un criminal libre a un ciudadano domesticado?

En la escena final de la novela (y aún más explícitamente en la versión fílmica), se sugiere que Alex recupera su deseo violento. Paradoójicamente, esto se presenta como un indicio de recuperación, de regreso a su humanidad. En términos nietzscheanos, podríamos decir que se insinúa un nuevo comienzo, una posibilidad de elegir. No porque la violencia sea deseable, sino porque sin libertad no hay posibilidad de ética alguna.

En conclusión, La naranja mecánica y Nietzsche coinciden en una tesis perturbadora pero potente: la moralidad auténtica solo puede surgir de la libertad, incluso si esa libertad implica la posibilidad del mal. La anulación del deseo, la obediencia forzada y la represión de la voluntad no generan bondad, sino vacío. Alex, como figura trágica, nos recuerda que elegir el mal es parte de lo que hace significativa la elección del bien. Y que una sociedad que busca la paz anulando la voluntad, termina traicionando su propia humanidad. La naranja, cuando deja de elegir, deja de ser humana. Se vuelve mecánica. Y ahí reside, quizá, el verdadero horror de esta distopía.

Yuliana Davico

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