mobile isologo
    buscar...

    La música: del arco amarillo, para Sofía número VI.

    Sep 13, 2024

    0
    La música: del arco amarillo, para Sofía número VI.
    Empieza a escribir gratis en quaderno

    Por la madrugada anda un poco diferente la cosa che; ella viene siempre cerca de las 2, y termina, justo antes de que arranque él, pero nunca se queda a escucharlo. Él se pasa por lo menos cuarenta minutos afinando cada una de sus guitarras. No tiene una, ni siquiera sé si son de él, pero hubo un mes entero que trajo una diferente cada día. Miralos, de verdad, es como un ritual de Jueves. Siempre en la misma esquina, siempre en la misma mesa, siempre frente al mismo escenario. Cambian algunas cositas igualmente; ella, a veces escribe a mano, tiene una pluma estilográfica, y cuando me acerco a llevarle un café cambia el color de la tinta. Otras tantas trae una computadora, y en algo me rompe las pelotas el tecleo insoportable del escribir moderno, pero no sé, también me gusta que esté.

    Que estén.

    Él, parece como si siempre las estuviese seduciendo, a ellas claro. Las apoya con cuidado, abre el maletín como si fuese un proceso quirúrgico, las acomoda, las mima, las lustra, les acerca un ramo de flores; y luego, comienza el juego.

    El aroma a barniz y madera pulida llena el aire, un contraste casi dulce con el amargor del café que le dejo a ella. Un café que se enfría en la espera, mientras las notas flotan y se enredan con el olor a tinta fresca. Y el ruido del teclado —a veces lento, otras frenético— marca un contrapunto que no sé si aplaudir o callar. El rasgueo se adelgaza, se ensancha; a veces parece que toda la sala respira en su ritmo, en ese vaivén de cuerdas que gimen y teclas que callan, sosteniendo el hilo invisible de la noche. Hay un recordatorio de que cada movimiento, cada gesto, es parte de algo más grande, una historia escrita y reescrita en cada acorde, en cada tecla. No se miran en el medio del ritual, no, nunca; pero tengo la sospecha de que él no afina en Re, él afina en la nota en que ella presiona las teclas; siente la tensión en el aire de cuando teme contar algo, cuando se apura, cuando se enoja. Si le mirás la cara lo va percibiendo. A veces me siento como un intruso en mi propio bar, te juro, pero algo en mí no puede apartar la mirada. Hay noches en que me pregunto si alguna vez me habré afinado así, en alguien que ni siquiera sé su nombre. No entiendo cómo es que viven en paz con eso.

    Un poco los admiro;

    Un poco los quiero;

    Un poco los odio con lo más profundo de mi ser.

    Pero te sigo contando, no importa. Él afina en ella, por eso viene. Si en verdad no se lleva un mango, su fortuna se encuentra del otro lado de la sala. Resquebraja el aire en pasajes densos, si el teclado es melancólico esta noche. Le dedica solos intensos, si ella dejó cargado el ambiente. Nos emociona si la tinta es negra; y golpea nervioso el piso si ella trae la roja.

    Sh, callate que van a empezar:

    - Un pulso lento del teclado avanzó por la sala, se le sentó en primera fila.

    - Un tenue y sutil rasgar probó la noche.

    - Tosió, avanzó algo el ritmo a exhalares, bebió un poco de vino para calmar la sed.

    - Camufló un rasgar violento, entre su risa irónica, y volvió a repetirlo como una bandera de largada.

    - Emprendió una marcha en el teclado, constante, sin cambios, para no agotarse ni dormirse a la vez.

    - Acercó el micrófono hasta la boca, la dejó hablar en un pulso sostenido hasta que se fue apagando solo.

    Silencio.

    Un respiro.

    Una pausa más larga, sostenida como un eco que parece rebotar en las paredes. Entonces, retomaron. No se miraron, no. Pero todos en la sala sentimos el roce, el cruce en algún plano al que no sabíamos acceder. Consolidaron la melodía en el pasaje del silencio, como si sus almas hubiesen acordado en secreto cuáles serían las últimas notas de la noche; suspendidas en el aire, como las caricias que nunca se dieron, que aun así dejaron huella. Levantaron las miradas, se dieron la mano con ellas. Se sonrieron, ella desplegando su blanca y perfecta dentadura que hoy contrastaba con el labial negro; él sin dejar de sostener a su preciada, llevó una de sus manos al sombrero, lo bajó y dejó caer un poquito para ella. Asintieron sin palabras; coincidieron por fuera del lenguaje, en cuál fue, para ella, y cuál sería, para él, la nota y el párrafo que le susurrarían el tempo a esta noche. Había algo en esa complicidad que me hacía preguntarme si alguna vez se habían hablado, o si siempre se habían comunicado solo en la música, respondiéndose los silencios, despidiéndose con las miradas furtivas que nunca se cruzan por los pasillos, que siempre vuelven a despedirse cada semana.

    Pasé un trapito por la barra, se me cayó algo de ron, me vi profundo en el reflejo: ¿Será que me la paso de oyente, o será que aprendí a tocar solo en el silencio de los otros?

    PibedeVictoria

    Comentarios

    No hay comentarios todavía, sé el primero!

    Debes iniciar sesión para comentar

    Iniciar sesión