Luisa Hunter era la única mujer y la más joven de siete hermanos. Tenía veintidos años cuando se alistó en los primeros días de abril a la guerra de Malvinas. Una familia completamente conmovida por la llegada de una nueva batalla a sus tierras. Los Hunter, unos «gringos» militares de sangre, llegaron a Argentina después del segundo gran desastre mundial —provocado por nosotros mismos— con esperanza de que, en otro lado del mundo, la humanidad sea menos cruel.
Sin embargo, cuando hay vocación no se deja de perseguir el ideal. Los tios y abuelos de Luisa habían estado en el primer embate mundial, con la particularidad de no haber visto tan de cerca la muerte. Todos ellos eran pilotos y se autoconvencian de tener una misión más sana. «Nosotros no nos manchamos con sangre. Volamos para parecernos a las aves que buscan una sola presa» era lo que siempre decían, y la pequeña Luisa había mamado todo eso desde la cuna.
Rodeada de aviones, historias, guerras y medallas, salió de su casa y caminó tres cuadras hasta plaza Italia. Ahí, debajo de unas carpas que protegían a los militares de la lluvia, Luisa se alistó como voluntaria. Los militares le dieron la ficha sin demoras porque pensaron que se anotaría como enfermera (junto a otras catorce que había) para la base en Puerto San Julian. Puesta en un sobre la ficha, nadie sospecharia en medio del tumulto que teniamos entre los argentinos una Juana de Arco con hambre de lucha. Lo de Luisa era vocacional, porque el que anda buscando guerra la encuentra.
Una semana después, llegó a casa una nota aprobada por el ejercito nacional, esperando la cita al primer vuelo que embarcaría hacía Malvinas en los lindes de abril. Pero la nota decía «para Luis Hunter» porque había más probabilidades que un veinteañero se equivoque al escribir su nombre, antes de que una «loca» mujer aviadora se aliste para pelear en Malvinas. Saltandome una parte de la historia, en la que la audaz Luisa elude y miente a su padre para viajar, le envía una carta desde Puerto San Julian: «Papá, no solo nací en Argentina. Tambien nací en medio de muchas batallas.»
Luisa cortó sus cabellos castaños. Sabía que si era reconocida iba a ser enviada de nuevo a casa, y no tan facil. Sabía que una vez, con los pies en la guerra, no hay vuelta atras. Sabía que los soldados, no son mas que recordados por sus familias, y eso le bastaba para no preocuparse por el que dirán. Su piel suave, sus cabellos de oro, sus manos de algodón aterrizaron entre la escarcha y la neblina. Luisa viajó horas en un camioncillo de su batería hasta la base, simulando sosiego para no tener que hablar con sus compañeros. Los muchachitos podían percibir su perfume de ángel en medio de tanta crueldad y frialdad, pero a pesar de sentirlo se olvidaban al instante cuando escuchaban a lo lejos estruendos que hacían temblar la tierra.
Luisa conoció el silencio y comprendió, en ese momento, que la guerra era otra. Vió a los jovenes muchachos que podían ser sus «amiguitos» temblorosos y extrañando el calor de sus «mamitas». Luisa, con los pies en Malvinas, y habiendo cumplido el sueño de luchar, se preguntaba internamente: «¿De dónde salió el incomprensible amor a la guerra de mis padres, y de los padres de mis padres?» y allí comprendió que la pasión surgía del simple hecho de estar vivos. Porque era el «milagro de vivir» lo que daba vida a sus historias y testimonios. Porque era el «milagro de vivir» lo que daba sentido a recordar con nostalgia la experiencia incoherente de luchar con nuestras vidas contra otra vida. Porque era el «milagro de haber vuelto a casa» lo que hacía valorar la historia de ser un héroe viviente, pero más «viviente» que héroe.
Luisa Hunter, luchó en Malvinas con veintidos años. Pero habiendo sido reconocida, despues de una semana de vuelo, fue separada del ejercito por la simple «condicion» de ser una mujer. A pesar de eso, esta no era una batalla tan pesada, porque lo que ella hacía era más curricular que patriotico. Desde ese momento le quedó claro que la guerra está en todos lados. ¿Cómo no iba a existir guerra si Caín mató a su propio hermano por envidia? ¿Cómo no iba a existir guerra si la apartaron de los libros, del ejercito y de la historia por ser una mujer valiente? ¿Cómo no iba existir guerra si al volver muchos de sus compañeros se quedaron para siempre?.
Luisa volvió a casa en mayo, justo para el cumpleaños de su mamá. Allí brindaron por su hija la «guerrera», tomaron vino, hicieron asado y cantaron hasta que las estrellas fueron testigo de la fiesta. ¿Cómo no iba a existir la guerra? Nosotros seguimos, así como si nada. Mientras en el mundo muchos mueren de hambre, de sed, de soledad, de frio. Muchos son perseguidos, castigados, esclavizados. Muchos son abusados, manipulados, olvidados.
Luisa, con la experiencia de la guerra abandonó su vocación y decidió volverse madre. Sabía que, a pesar de que no pudiera resolver ella sola la «verdadera guerra mundial», podía hacerlo con pequeños gestos de amor y de ternura, que solamente las personas capaces de ser como «madres» podían hacerlo.
Esta es la historia de Luisa Hunter, la unica mujer argentina que luchó en Malvinas. Allí descubrió algo mucho más honrado que la guerra y transformo el dolor en amor, la soledad en calor, y la guerra en paz.
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Comprar un cafecitoSamir Jandar
Argentino. Me gusta vivir, me gusta escribir, me gusta actuar. ¿Qué más?
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