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La Mosca

Feb 26, 2025

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La Mosca
Nuevo concurso literario en quaderno

La Mosca

Su viejo padre ya no era el mismo. Sus ojos, como faros apagados, buscaban siluetas inexistentes en las sillas.

—¿Dónde está tu hermano? —preguntó a su hija, Catarina.

—Salió hace unas horas —respondió ella—. Creo que pasará la noche con mamá.

Oliver guardó silencio durante toda la cena. Ya no esperaba nada de su hijo, pero siempre encontraba nuevas maneras de decepcionarlo. Catarina, en cambio, se esforzaba por animarlo. Durante la cena, le recordó lo buen padre que había sido, que su hermano era un malagradecido y que debían alegrarse, pues había más comida para ellos. Le habló de lo feliz que se sentía a su lado, de los momentos hermosos que compartieron: la falda color púrpura que le regaló hace quince navidades, los helados de frambuesa que disfrutaban juntos después de las clases de ballet, los innumerables viajes a la playa y aquella vez que bailaron en su fiesta de graduación.

—Fui un excelente padre —se dijo Oliver, cuando una mosca se posó en su mejilla. Al sentir el insecto rondando su rostro, sacudió rápidamente la mano, haciendo que la mosca se alejara y aterrizara, esta vez, en su copa de vino.

Fastidiado por la presencia del insecto, Oliver comenzó a dar manotazos al aire, como si estuviera en un combate de boxeo. Lo más humillante era que estaba perdiendo. La mosca eludía sus golpes y, finalmente, se perdió en el aire.

Tan absorto estaba en su lucha contra la mosca que no se dio cuenta de que Catarina había abandonado la mesa.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —se preguntó, sorprendido. Volteó incrédulo hacia la silla donde se sentaba Catarina y notó que el mantel permanecía intacto, como si nadie hubiera estado allí, o al menos, no desde hacía mucho.

Sus ojos se posaron en el pavo relleno que él mismo había preparado. Solo una porción había sido servida: la suya. Al bajar la mirada, se dio cuenta de que su mayor oponente, con el que había estado combatiendo con fervor y que le había interrumpido su breve momento de bienestar, yacía muerto, flotando en lo que parecía un mar de sangre, que no era más que su copa de vino.

Fin.

Robert Calypso

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