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La misma Sangre | Cuento de Terror

Aug 17, 2025

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La misma Sangre | Cuento de Terror
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Profundamente dolido, pintaba. Debido a un gran arrebato contra su padre, pincelaba en el atril de su infancia ya añejo: una madera que juntaba humedad, era sucia, verdosa y algo astillosa, pero herencia grata de la familia.

Su pincel, el primero de su tío, y el tercero del primo Mateo, con la misma edad adolescente que la de él. Malte sabía dar texturas y sombreados precisos cuando se permitía ensimismarse.

Pero matizaba los cuadros con pocos colores: no había dinero para invertir en tales "cosas".

Tenía un blanco del que engendraba un gris, algunas veces débil, otras con tonos nebulosos y sombríos. Ese día, los trazos los hacía ladeados por el enojo. Su padre balbuceaba en el lenguaje del alcohol, pero a él le calaban las palabras al punto de denigrarlo. Era callado pero declamaba en el papel, hacía que los retratos emitieran su llanto o irascible desprecio. Ya había logrado, a horas de la tarde, tener el fondo negro con un cielo blanquecino elaborado.

Malte agarró la única pintura distintiva que tenía a mano sobre la mesita de metal: un carmesí fúnebre.

Mojaba sus dedos con saliva y lo esparcía junto al color. Mezclaba y limpiaba el resto impregnado en sus yemas con la lengua y humedecía el pincel, priorizando curvas abstractas aunque vigorosas.

Él no sabría qué pintar esa tarde si no fuera por las guasadas de su progenitor, quien le brindó una escabrosa inspiración. Cuando la pintura secaba, Malte iba a donde su padre reposaba.

Agarró un vaso de la cocina y lo colocó a la altura de la yugular. Presionó meticulosamente y observó el líquido dispararse. La situación le generó un enrojecimiento en las mejillas y la dilatación súbita de su iris. Su cuerpo estaba exaltado.

El chirrido del televisor perturbaba más su ansiedad. Su corazón no lo soportaba: jamás sus latidos habían estado tan excitados.

Volvió a su habitación. Posó el vaso al costado del atril. Realizó el mismo procedimiento: agitó el líquido con sus dedos y distribuyó la textura de ese rojo en su paleta de colores. Remojaba el pincel, separaba la pintura viscosa de los pequeños coágulos, percibía el olor metálico y limpiaba con su boca la viscosidad de sus dedos.

¿El resto? Si no servía, se lo tomaba. Al fin y al cabo, eran de la misma sangre.

Milagros Gomez

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