Platón decía que en una sociedad perfecta todo cambio equivalía a una degeneración, no había así un progreso hacia lo mejor ya que lo mejor estaba de espaldas, nos alejábamos de lo perfecto y entrábamos en decadencia. Con el tango ocurre algo así, los viejos tangueros desdeñan toda voz nueva, toda variación, toda fusión novedosa, la incorporación de un léxico popular aggiornado (Como podemos escuchar en La patota de La Chicana “no es un cuento de los 20 / ya existía el rock and roll”).
Pero esto no es un error, y si lo es, es un error trágico. Ocurre que la llamémosla así, metafísica del tango es una filosofía del antiprogreso. El hombre que escribe un tango no quiere olvidarse de nada, quiere conservar el pasado en formol, recordar cada curva de la memoria, añorar el dolor, porque fue el dolor que le produjo ella lo que lo elevó hasta lo sublime. Quien llora un tango sueña con el reencuentro y el perdón (aunque ella esté “sola, fané, descanganllada”). El tanguero es un cultor del antiolvido. ¿Cómo se puede tolerar el dolor de un amor que se ha retirado? Volviendo a esa mujer canción, convirtiéndola en música, quedándose con el simulacro, la sombra, elevando lo perfecto que hay en ella. Pero ojo, el buen tanguero conjuga el llanto y la alegría, lo tierno y lo sórdido.
*
Hoy quiero hablar de uno de mis letristas predilectos. Homero Manzi.
Y empecemos con la mejor: Malena
Malena canta el tango como ninguna
y en cada verso pone su corazón.
A yuyo del suburbio su voz perfuma,
Malena tiene pena de bandoneón.
Pocas veces un cantor de tango rinde homenaje a una mujer, las mujeres, las minas son objeto de deseo, de posesión, de locura. Pero Malena es distinta, aquí hay un verdadero protagonista, aquí el hombre sólo la admira, la recuerda. La sabe distante, diferente. Es la canción sobre alguien que nunca se tuvo pero se soñó tener, como rezan los versos:
o acaso aquel romance que sólo nombra
cuando se pone triste con el alcohol.
¿Quién no quiso ser aquel romance que Malena sólo nombra cuando se pone triste con el alcohol?
Alguna vez me he preguntado si Malena no es un alter ego de él, de Manzi. Pero dejémoslo ahí.
Otra canción que en apariencia le canta a una mujer es Desde el alma. Aunque si somos literales le canta a su propia alma. Sólo que esta alma está feminizada:
¡Deja esas cartas!
¡Vuelve a tu antigua ilusión!
Junto al dolor
que abre una herida
llega la vida
trayendo otro amor.
En general es a ellas a quienes se escriben las cartas.
El tango es desgarrador:
Alma, si tanto te han herido,
¿por qué te niegas al olvido?
¿Por qué prefieres
llorar lo que has perdido,
buscar lo que has querido,
llamar lo que murió?
Y ahí se condensa la filosofía del tango: no importa si duele, ¡yo quiero recordar! Escribo poesía, cuentos, para que el día en el que ya no estés conmigo tenga algo de ti, como el perfume de una flor disecada que entre sus cáscaras rememoran la ternura ida.
Manzi es el cantor de las novias perdidas. ¿Hay algo más bello que Sur?
Sur,
paredón y después...
Manzi crea un paisaje encantador, semirrural, de cortejo, de noviazgo, de felicidad juvenil:
Tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre florando en el adiós.
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón,
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.
[…]
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.
Además, entre amores perdidos, ¿qué cosa más desoladora que las palabras de la canción Ninguna?:
No habrá ninguna igual, no habrá ninguna,
ninguna con tu piel ni con tu voz.
Los amores son únicos, no son reemplazables. Llegan en un momento de la vida y no vuelven, y sí, podemos amar a otras, pero nunca, jamás habrá ninguna como la mujer protagonista de un verdadero amor.
De todas maneras, hay valses más bonitos. Como Esquinas porteñas, donde se relata con una nostalgia que no llega al quebranto los paseos urbanos con una señorita.
Esquina de barrio porteño
te pintan los muros la luna y el sol.
Te lloran las lluvias de invierno
en las acuarelas de mi evocación.
Treinta lunas conocen mi herida
y cien callecitas nos vieron pasar.
Se cruzaron tu vida y mi vida,
tomaste la senda que no vuelve más.
Finalmente, otro tango devastador, aunque quizás no tan logrado porque parece algo folletinezco es el El último organito. Es un tango de decrepitud, de vejez, de muerte:
El último organito irá de puerta en puerta
hasta encontrar la casa de la vecina muerta,
de la vecina aquella que se cansó de amar;
y allí molerá tangos para que llore el ciego,
el ciego inconsolable del verso de Carriego,
que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral.
Última yapa. Uno de los tangos más sociales de Manzi. Donde quizás se habla de un amor, de la familia, de un trabajo, de una oportunidad, pero en verdad se habla del país, de la pobreza y sobre todo de la compasión y la empatía:
El duende de tu son, che bandoneón,
se apiada del dolor de los demás,
y al estrujar tu fueye dormilón
se arrima al corazón que sufre más.
El tango Che bandoneón es un deschave. Allí Manzi nos dice: somos tristes hombres, lloramos el pasado, pero incluso entre chacales recordamos el dolor sincero y genuino de otro hombre:
Tu canto es el amor que no se dio
y el cielo que soñamos una vez,
y el fraternal amigo que se hundió
cinchando en la tormenta de un querer.
Y esas ganas tremendas de llorar
que a veces nos inundan sin razón,
y el trago de licor que obliga a recordar
si el alma está en "orsai", che bandoneón.
Manzi sin duda es brillante, y es asombroso que un género tan popular como el tango (sí amiguitos, el tango se bailaba con pasión y denuedo popular) haya llegado a estas cumbres poéticas. A esta metafísica, a esta cosmovisión del recuerdo, de la nostalgia, del no querer olvidarnos de nada. Aunque eso que recordamos algún día nos vaya a matar.
Por eso el tango es antiprogreso, porque olvidar es el pecado capital. No amiga mía, no nos olvidemos de nada, aunque las penas de bandoneón sean el amor que no se dio.

Bonchi Martínez
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