la marea

A veces requiere un esfuerzo enorme mantenerme en tierra, mantenerme en pie, íntegra y para nada acabada. Me recuerdo que debo recordarme mis virtudes, aquello que me hace fuerte, pero suelo perderme en la infinitud del mar que atraviesa mi cráneo y suelo navegar hasta que la brújula cese de orientarme, la cabeza me de vueltas por la agitación de las olas, la vista se me nuble y caiga dormida en la húmeda proa. Paso días en un estado de ensoñación, camino mediodormida y hago los quehaceres arrastrando el cuerpo con un yunque atado a los pies. Escribo poemas que no me conmueven escucho música que poco provoca y leo libros que para nada estimulan. Paso años envuelta en la manta de la nostalgia y me recuesto en el lecho de la muerte por décadas hasta que decido armar un riconcito dentro del mar donde llegue la luz y haya una parcela de tierra donde construir un pequeño hogar. Una cabaña tal vez, donde albergar mis ínfimos momentos junto a tu cuerpo y aquella noche en que nos aferramos al frio y al viento y a aquella canción que cantamos juntos. Una pequeña isla a la cual escapar cuando el mar sea muy profundo y el barco no pueda soportarlo. Para cuando el mísero barco pesquero se hunda y quede olvidado entre el bullicio del afuera y las penurias del pasado. Me refugiaré entre tus piernas, el olor de tu blusa y tu sonrisa pasajera, encontraré el calor de lo que fue dentro de tu pecho y me abriré hasta ocuparte toda.