Ah, el tren... La manifestación física y mental de todo cuanto me agobia, el perpetuo espacio de inactividad, lo suficientemente intensa, como para permitirle a mi mente manifestar las preocupaciones sobre el pasado, y el futuro. Es en tales cosas que me esfuerzo en poder evitar, y aún así ¿Por qué es tan necesaria su existencia? ¿Es la distancia una mera coincidencia, o así ha sido designado por fuerzas mayores? Fuese cual fuese el caso, mi concepción de lo cotidiano estaba por cambiar para siempre.
Saliendo de la estación de tren, algo pareció cambiar; en las calles, en las personas, en el cielo, en todo: El ambiente era diferente, una combinación de la iluminación natural del ocaso, y un tono grisáceo en todo lo material, característico de las nubes de lluvia. Al mirar al cielo, noté que, donde antaño se alzó el sol, un gigantesco reloj de arena se volteaba a sí mismo, con el paso de cada segundo, tras lo cual, las nubes que lo rodeaban dejarían caer un potente aguacero.
Esta lluvia no era normal, su factor errático tenía un ritmo, y, para intentar escapar de tan sobrenatural hecho, mis ojos buscaron refugio en las personas: Lo que yo conocía como una ruidosa muchedumbre, ahora se erguían, vagamente, como siluetas negras, grises, cuya boca denotaba un espacio de mayor profundidad, de un negro más intenso, permitiendo ver una sonrisa desgarradora, enfermiza, casi amenazante. Estas sombras seguían caminando en direcciones aleatorias: Hacia mí, hacia el otro lado, en paralelo, a lo lejos... Pero todas parecieran estar girando su cabeza hacia mí, y mirar hacia estas evocaba sonidos, en mi propia cabeza, de diferentes voces gritando con desesperación y sufrimiento. El descubrimiento de este hecho activó mi sentido de supervivencia, y corrí como nunca, hasta la seguridad de mi casa.
Cuando finalmente crucé la puerta de mi hogar, me resguardé detrás de esta por unos segundos, y el deteriorado estado de mi mente me exigió comprobar lo que había contemplado: El cielo se hallaba soleado, caluroso incluso, y al salir otra vez, mi cuerpo no sentía rastro alguno de lluvia, pero mi cerebro aún estaba enfocado en contar los segundos, al son del reloj de arena, y en mi cabeza, aún resuena ese peculiar aguacero esporádico. Incluso ahora, dos millones, cuatrocientos diecinueve mil, doscientos segundos después, el conteo de mi cabeza sigue acompañando a la sensación de mi cuerpo, que ahora se encuentra internado, dando sus últimos alientos, bajo el azote de una deshidratación que nadie más parece haber sufrido.

Clemente Cristian
Absorbido en el aburrimiento de lo cotidiano, siempre busco explorar mundos ficticios, o discutir las bases y fundamentos del que decimos conocer.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.

Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión