La llave para salir de una condena

Siempre vivi en carne propia un jucio interminable. Los que integran las bancas del poder judicial son severos, injustos, y sisañeros. Me señalan con el dedo todos los dias los errores del diario. Por las noches se reúnen. Escuchó los alegatos interminables que se asientan en la almohada. Todos los días pierdo el jucio de hoy. 

Los días son ruidos, abogados entrando, fiscales saliendo y jueces que martillan las sentencias de manera sistemática. Yo me pierdo entre los papeles, entre lo que debo decir para salir impune y lo que realmente digo para terminar condenado. 

El ruido en el ambiente me ensordece, el humo del cigarro ahoga un poco el ruido. Como asfixia mis pulmones cada vez que fumo una pitada. 

El juicio no sesa, los fiscales reunen diariamente las pruebas que me condenan, siempre las consiguen. 

En los días festivos los jueces son tajantes con sus penas, yo con las esposas ya casi puestas resignado a las condenas diarias. Sin querer, como una señal del mas alla, encuentro las llaves, para salir por lo menos un rato de la tortura de las audiencias. 

Salgo, te encuentro, te miro, siempre de lejos siempre con la inocencia de ese adolecente que nunca te soltó, y que a estas alturas yo creeria que nunca lo va hacer. 

Me resigne a hacerlo, porque con el tiempo me di cuenta que vos sos la llave para salir de esa sala insulsa con sillas negras y un mueble largo de color madera. Vos sos lo que me salva, de lejos, sin hacer nada. 

Es que cuando te miro y a las pérdidas nuestras pupilas se arriman como los tejos en la arena. Me desarmo, me derrito y me mantengo despierto. 

Por eso, vencido a lo que me pasa cuando te veo, entiendo que admirarte a lo lejos detiene por un rato el juicio, el ruido y la tristeza a la que estoy sometido.