La quietud de mi presencia
es solo memorable a mis súplicas,
esas que llegan
cuando ya no tengo a quién maldecir.
Mis vértebras se mantienen en pie
porque mi mente y mi cuerpo
ya han comenzado a pudrirse.
Desearía desgarrar
cualquier indicio de pena,
odio,
o palabra.
Pero mi lengua me traiciona.
Mi silencio me ahoga
en sus capas más latentes.
Ajena a mí,
mi voz calla.
Las malicias se ríen
de mi poca fuerza,
de mi lengua inútil,
de mi hambre de decir.
Y aquí me quedo…
con lo poco bueno
que no supe pronunciar,
escribiendo en papel
mi sentencia,
con mi propia sangre.
¡Ay de mí!
Cuando me dispongo a soñar,
pido no ser
la que cae al infierno.
Pero lo peor es
que no he cometido males…
solo he existido.
Y eso ya fue suficiente
para condenarme.
Dante me mostró mi destino:
el círculo de los olvidados,
los que no hicieron nada,
los que no importaron.
Pudriéndome entre larvas y moscas
pero ...
Ellas sí escuchan
mis delirios,
mi dolor,
las agujas que me penetran
no solo el cuerpo,
sino el alma
de alguien que ni Dios
sabe que existe.
Y en este subsuelo,
donde la soledad es ley…
me atrevo a preguntar,
¿Mi Dios… me ha escuchado?
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión