El volcán Villarrica había comenzado a rugir con la sutileza de un vecino escuchando reggaetón a las tres de la madrugada, y los sismógrafos parecían perrear al mismo ritmo. Murmullos de “fatal” y “catastrófico” recorrían la sala de reuniones del Centro Geológico Nacional.
La doctora Sofía Lira no lograba procesar nada del desastre inminente.
Sí, claro, la corteza terrestre se había despertado temperamental y el volcán parecía listo para escupir magma hirviendo como un guanaco cuando le cae mal la gente.
Pero en su mente había un problema mayor
“Sabía que tenía que revisar ese boleto antes del café” pensó, mientras sostenía el papel arrugado como si fuera sagrado.
¡Había ganado veinte millones de pesos en la lotería!
Un milagro después de años de cobrar lo que ella llamaba “salario nivel fósil” y subsistir con una desigualdad salarial con más disparidad que la altura del Aconcagua.
—Sofi… ¿Sofi, estás con nosotros? —dijo el director del centro —hay que preparar el mensaje para la prensa — el hombre moreno estaba pálido, tan transparente como el pedo de un fantasma.
—Sí, sí, mensaje, tragedia, lava, destrucción, la extinción de los monitos del valle, muy triste todo —respondió Sofía sin levantar la vista del boleto.
—La población necesita información clara —insistió él.
—Claro, clarísimo. Algo como: “Evacúan inmediatamente… porque yo me voy al Caribe”.
—¿Qué?
—Eh… Nada, nada. Cansancio. Estrés. Muy responsable yo.
Entre cámaras, micrófonos y periodistas, Sofía aún con el boleto escondido en el bolsillo como si estuviera guardando una bomba.
—La actividad volcánica indica una erupción inminente —empezó a explicar—. El magma está ascendiendo por la chimenea interna, lo que podría generar un desplazamiento hidrotermal que…
Se detuvo. Se imaginó comprando una casa frente al mar. En otro país. Sin volcanes. Con aquel piloto de helicóptero que le ofreció escaparse volando hacia el atardecer.
—Doctora, ¿podría continuar? —preguntó un periodista.
—Claro, disculpe. Entonces, repito: Evacúen.
—¿De inmediato?
—Sí, antes que todo suba más que el precio del dólar.
La gente comenzó a gritar y chillar. En el país todos estaban acostumbrados a tener un volcán, un temblor o una crisis económica como pasatiempo nacional.
Sofía se retiró a su oficina. Empacó tres cosas: El boleto. Un protector solar factor 50. Y su taza de café que decía “No me hables, estoy analizando sedimentos”.
Cuando llegó de milagro al aeropuerto, lo encontró colapsado. Filas interminables, personas cargando televisores, perros, incluso una señora con un colchón inflable en forma de flamenco.
—Dios —susurró Sofía—. El "black friday" se adelantó.
Sacó el ticket para verlo una vez más, recordando la quijada angulosa y el abdomen de lavadero del piloto.
Y ahí lo notó. Un detalle minúsculo, pequeño, pero terrible.
El boleto era de la semana pasada.
—No… no no no no no NO NO NO —gimió, como si el volcán hubiera entrado en su alma.
Detrás de ella, la pantalla gigante del aeropuerto mostró imágenes del volcán expulsando una columna de lava colosal. La gente gritó. Alarmas sonaron.
Sofía respiró profundo.
—Bueh… Por lo menos ya no tengo que hacer la presentación del informe trimestral.
Y caminó hacia la salida.
Con calma.
Mientras el cielo se iluminaba de rojo dramático, como un cuadro caro.
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