LA IMPACIENCIA NO GANÓ HOY.

Hay días en los que me siento un recién nacido que mira el mundo por primera vez. 

Hoy es uno de esos días. 

No tengo puestos los borcegos de concreto ni la mochila de plomo. 

El verde del pasto fluoresce con los rayos del sol y las nubes bailan deslizándose por el cielo de zafiro, como los espacios en blanco entre palabras que coexisten simbióticamente con la tinta con la que escribo.

Un grupo de perros cruza la calle pero todos los autos se detienen amablemente para dejarlos pasar. Del otro lado, se encuentran con un ajeno que se yergue desconfiado, pero el grupo lo integra en vez de morder.

La impaciencia no ganó hoy.

Estoy caminando porque me quedé sin saldo en la SUBE. Serpenteo entre la gente mientras me dirijo hacia la estación siguiendo el trazado de las vías del tren. Suena Las Ligas Menores en mis auriculares. En esta parte del municipio las vías no tienen alambre perimetral, sin embargo, nadie está haciendo ninguna estupidez. De pronto, la anarquía no parece una utopía imposible.

Pienso también en lo mucho que me gustaría que no se hubiera desmantelado el sistema ferroviario. Me surgen ganas de ir al museo del ferroclub otra vez. El brillo del sol sobre las vías aterriza en mis pupilas y siento al mismo tiempo la calidez de sus rayos y la brisa invernal que es heralda del anochecer. 

El cielo se viste de fuego por unos minutos. Las tres sílabas de tu nombre tocan a la puerta de mi mente con la cadencia de un tresillo y te pienso. Seis letras que saben a miel cuando las pronuncio. 

Hay días en los que me siento un renacido que mira el mundo con el asombro y la ternura de un niño. 

Hoy es uno de esos días.