Si son activos en redes —sobre todo en Facebook o Twitter—, habrán notado un fenómeno emergente: los CURIS.
Un CURI es un tipo de meme que consiste en dibujar, como una calca, encima de una persona, personaje o animal, con fines humorísticos.
Al principio fue solo un chiste, una forma curiosa de jugar con imágenes conocidas. Pero con el tiempo ha tomado variaciones. Muchos los usan para retratar a su personaje favorito en distintas formas, igual que cuando se dibujaban trajes de superhéroes sobre gatos.
Sin embargo, hay algo más profundo en este fenómeno. Los curis han pasado de ser bromas casuales a piezas con verdadero valor artístico, especialmente desde la ola de Curis de Pieman (de Los Simpson).
Esto ha provocado un debate interesante: muchos artistas usan IA para crear curis, lo que otros detestan, argumentando que esas versiones “no tienen alma”.
Pero entonces, la pregunta es: ¿qué es lo que realmente nos gusta de los curis? ¿Qué papel cumple el arte en todo esto? ¿Y por qué, cuando interviene la IA, dejan de ser graciosos?
No sabría poner una fecha exacta del nacimiento de los curis ni atribuirles un creador. Incluso los memes existían mucho antes de internet. Es difícil darles un origen único. Tampoco quiero ponerme técnico con conceptos o definiciones: todos sabemos que, en internet, todo ha cambiado.
Hubo una época en que los memes eran simples emojis, caras graciosas o imágenes estáticas. Luego se transformaron en plantillas de películas, series o videos. Más tarde, en canciones, collages o shitposts —contenidos que abrazan el absurdo como fuente principal de humor.
Los curis son parte de esa evolución, pero con una particularidad: no se crean de forma instantánea o industrial como otros memes.
Recuerdo que, cuando era niño, tenía una aplicación para crear memes. Podías elegir entre plantillas y combinarlas rápidamente. Era divertido, pero express.
En cambio, crear un curi requiere otro tipo de atención: abrir una app para pintar, calcar encima de una figura y lograr que se entienda.
En sus inicios, estos dibujos eran de baja calidad, casi garabatos. Pero con el tiempo —y con la llegada de verdaderos artistas— muchos curis rozan lo profesional.
A la gente le gusta verlos no solo porque son graciosos, sino porque son absurdos.
Es absurdo ver a Homero Simpson en el cuerpo de Batman.
Es absurdo que alguien con talento dedique horas a dibujar eso con detalle.
Y es absurdo, de la mejor manera posible, que el resultado sea tan bueno para algo que nació como una simple broma.
Ese absurdo es precisamente lo que los hace tan humanos.
Cuando entra la IA, todo ese proceso se disuelve.
Porque, al ver una imagen generada por IA, sabemos que detrás no hubo una persona gastando su tiempo en poner a Bart Simpson en una pose heroica y exageradamente detallada.
Y ahí se pierde la gracia.
Pero aquí viene el plot twist: esto no solo pasa con los curis, sino con todo arte.
Un libro no es valioso solo por su historia, ni una pintura solo por la figura que representa. Lo que nos atrae del arte es la técnica, el tiempo y la persona detrás de la obra.
Cuando leemos La metamorfosis de Franz Kafka, no es solo buena por la historia en sí, sino porque intuimos que parte de la vida del autor está retratada en ella.
Una canción también es buena por esos detalles escondidos que nos hacen pensar: alguien estuvo ahí, creando esto, poniendo algo de sí mismo en cada nota.
Así mismo cuando vemos a un actor nos gusta saber que hubo una persona detrás esforzándose en cada escena por lograr retratar a él personaje, borrarse a él para ser otro. Hay cierto misticismo y simbolismo que se pierde, como si se derrumbara la magia detrás de la creación.
Incluso para las personas religiosas, esta idea tiene un eco profundo: si el mundo fue creado por un ser racional, significa que fue hecho con intención y detalle, y eso da un valor diferente a toda creación. Por que no somos productos del azar o la probabilidad, si no del amor a la creación por el bien en si mismo, por el simple hecho de que exista l creación.
Entendiendo eso, también se entiende por qué a muchos les duele ver que se cree usando IA.
Y si tú creas contenido con IA, lo ideal es estar abierto a esa perspectiva.
No se trata de acusar a nadie ni de ver la IA como algo demoníaco: la herramienta existe.
Pero sí debemos educarnos sobre sus implicaciones.
Si alguien realmente cree que la IA puede reemplazar a un artista, está equivocado.
Nunca podrá hacerlo porque carece del tiempo y el esfuerzo humano que dan sentido al acto de crear.
Podríamos argumentar que para que una IA hiciera lo que hace un artista requeriría años de entrenamiento y avances tecnológicos. Y sí, quizá llegue a lograrlo. Pero la diferencia fundamental es que la IA no vive.
No importa si pasan diez o cincuenta años: la IA seguirá existiendo.
El ser humano, en cambio, sacrifica tiempo de su vida para crear.
No solo para sí mismo, sino para los demás.
Y pretender que una máquina puede reemplazar eso es no entender las bases del arte.
Desde una mirada más filosófica —y haciendo un cóctel de varias interpretaciones (prepárense para escuchar varios nombres raros)— podríamos decir que los curis son un ejemplo del hiperrealismo que describía Jean Baudrillard: ficciones que se multiplican hasta volverse más reales que lo real, simulacros que imitan a otros simulacros. Sin embargo, como diría Hans-Georg Gadamer, toda creación humana es también una interpretación, un diálogo entre quien crea y quien observa; algo que la inteligencia artificial no puede replicar, porque no interpreta, solo combina. Heidegger pensaba que el arte revela el ser, que al crear mostramos nuestra forma de estar en el mundo. Camus, por su parte, veía en el acto absurdo de crear un modo de afirmar la vida. John Dewey hablaba del arte como experiencia, y Nietzsche decía que precisamente esa experiencia —ese gasto vital de energía— es lo que nos hace humanos, porque el arte afirma la vida y con ella la experiencia humana. En el fondo, los curis no son solo dibujos graciosos: sin saberlo, son una rebelión estética frente a la indiferencia de las máquinas, una manera de recordar que todavía hay alguien detrás del trazo.
El encanto del curi no está en el resultado, sino en el proceso: en el esfuerzo absurdo de alguien que decidió hacerlo.
Lo divertido no es solo ver a Homero disfrazado de Pieman en poses heroicas, sino saber que una comunidad entera está participando en ese fenómeno, creando juntos algo que no tenía por qué existir y usando su valioso tiempo de vida.
Eso es lo que lo hace especial.
Como muchas cosas en la vida, no se trata del producto final, sino de la experiencia detrás. De algún modo, la parodia es el alma del curi. Y no solo porque se burla, sino porque reinterpreta. Parodiar, en el fondo, es un acto profundamente humano: tomar algo conocido y deformarlo con cariño. Es, como diría Bakhtin, una forma de diálogo con la cultura; una risa que conversa con lo que ya existe. Cuando alguien dibuja a Homero como Pieman, no solo está copiando, está dialogando con toda la historia de ese personaje y con los demás que lo observan. Por eso el encanto del curi no está en el resultado, sino en el proceso: en el absurdo de dedicar tiempo y afecto a algo que no “sirve para nada”, pero que une a miles de personas. En esa inutilidad compartida hay algo profundamente valioso: la risa como comunidad, la parodia como lenguaje, y el dibujo como una forma de decir “aún estamos aquí”.
Vi en Twitter a alguien decir que “esto es lo más cercano a demostrar que el internet no está muerto”, y creo que tenía razón.
La llamada teoría del internet muerto dice que las redes se han vuelto impersonales, dominadas por bots y publicidad. En cierto modo, tiene algo de verdad.
Pero el internet solo puede estar vivo si nosotros lo mantenemos así: si creamos, participamos y compartimos nuestras locuras colectivas.
Los curis rescatan eso: la esencia original de la comunidad online, esa necesidad de crear tonterías solo por el placer de hacerlo.
Como diría Aristóteles: hacer algo por el bien en sí mismo.
Y aquí aplica perfectamente: los curis existen solo para existir.
No quiero decir que la IA nunca deba usarse o que sea dañina.
Soy ingeniero en software y conozco bien sus ventajas y limitaciones.
La IA no es malvada; lo importante es cómo la usamos.
El problema no es que existan curis hechos con IA, sino que eliminan aquello que hacía especial al fenómeno: el esfuerzo humano detrás del absurdo.
No basta con decir que las versiones hechas con IA “no tienen alma”; hay que explicar por qué.
Porque la gracia estaba en el proceso, en el talento invertido en algo inútil, en la gente reunida para crear un “lore falso” sobre un personaje secundario como Pieman.
Porque sí, Homero Simpson es relevante… pero Pieman no.
Y aun así, lo revivimos.
Eso, en sí mismo, es hermoso.
Tambien recordar, no es del todo exacto decir solo “IA”, en el mundo académico ni siquiera se llega a un consenso para darle un nombre en el que todos estemos de acuerdo para nombrar a esta tecnología, y hay muchos tipos de IA, tanto las lógicas, neuronales, bayesianas y muchas otras. La IA no surgio en 2020, lleva desde 1950 aproximadamente existiendo, y cuando se trata de este tema en particular, nos referimos a una IA generativa, en específico, lo más común es “modelo generativo de texto a imagen”.
El arte, como muchas otras cosas, se ha convertido en producto. Por eso, cada vez que se habla de IA y arte, se lo hace desde una visión utilitaria.
Pero hay que recordar que el arte escapa a esa lógica.
No se trata de utilidad ni de valor económico: el arte simplemente es.
Así como mirar el cielo puede inspirar admiración, un dibujo hecho por un niño puede decirnos más que mil palabras.
El arte no tiene por qué justificar su existencia.
Cuando lo reducimos a un producto, es lógico que muchos crean que la IA es una forma más barata y rápida de producirlo.
Y sí, gran parte del entretenimiento actual —incluso sin IA— ya funciona bajo esa lógica industrial.
Pero no debería ser la norma.
Las personas quieren algo más que productos: quieren obras con intención, con esfuerzo, con el eco de alguien detrás. Muchas veces a eso es lo que se llama “alma” es al saber que hubo alguien detrás, que quería lo suficiente a la obra como para poner detalles, incluso esos que nunca ves a primera vista, si no hasta que alguien más lo comenta.
El internet está vivo mientras haya alguien dispuesto a perder el tiempo en algo sin propósito.
Porque el arte —y el humor— existen justo ahí:
en ese instante en que alguien decide crear algo absurdo… solo porque puede.
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