El mañana me come la garganta,
el aire aspira mis pulmones.
Yo me sujeto a ojos que no me hallan,
mentes que no me llevan y risas tragadas.
Al fin de cuentas, no tengo un rincón donde meterme
para cubrirme del celeste,
que en su inmensidad yo tampoco tengo lugar.
Si acaso soy la lluvia que cae y enferma,
te sala el pellejo y se pierde en la tierra,
porque no es suficiente caer del cielo al suelo.
A mí me espera el averno.
Posiblemente te vea desde las grietas del concreto
y, aunque me sangre la garganta,
pediré por ti al corazón de la tierra.
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