El martillo golpeó tres veces y el juez pidió orden en la corte. El tribunal nunca había estado tan alborotado. Miles de personas esperaban afuera con carteles y había amenazas de disturbios. El juez Soldán había demandado refuerzos policiales al pueblo vecino, pero hasta el momento no había señal de ellos. El protocolo y la serenidad con la que se impartiría justicia dependía únicamente de él, así que con su voz imponente abrió la sesión del día y dio comienzo al caso más importante de su carrera: La gente contra Marquitos.
El fiscal comenzó con su alegato de apertura. El discurso se centraba alrededor de un solo eje: la libertad. Era fundamental que el jurado entendiera lo que se estaba juzgando allí.
— Damas y caballeros del jurado. Me paro frente a ustedes con una propuesta simple: la de hacer justicia. “¿Simple?”, se preguntarán ustedes. “Nada más complicado que impartir justicia”, dirían. Y tendrían razón—agregó el carismático fiscal Andersen mientras se acomodaba su masculina melena—. Pero afortunadamente, esa no es su tarea. Es la del Juez. Una persona capacitada para hacerlo. La de ustedes, mi queridísimo jurado, es mucho más simple y fundamental: No están aquí para impartir justicia, sino para reconocer una injusticia. Y nada más simple que reconocer una injusticia.
El fiscal se aproximó a una mujer del jurado y señalándola sutilmente agregó:
— Un ladrón roba la cartera de una hermosa mujer y reconocemos una injusticia. Un niño es asesinado en su cama en medio de la noche y reconocemos una injusticia. Un hombre engaña a su mujer embarazada con su mejor amiga, y reconocemos una injusticia. Porque la injusticia, es fácil de ver. Es reconocer un atentado hacia nuestra libertad: la libertad de caminar por la calle, la libertad de dormir tranquilos, la libertad de confiar en nuestras parejas. La libertad de ser como queremos ser. La abogada va a tratar de confundirlos. Va a tratar de usar palabras sofisticadas para camuflar la verdad. Pero lo único cierto es que esa atrocidad que está ahí sentada…
—Objeción.
— Ha lugar.
— Que ese niño que está ahí sentado, nos llamó imbéciles a todos nosotros. Y eso es un atentado contra nuestra libertad. Muchas gracias.
Los asistentes comenzaron a aplaudir enérgicamente y empezaron a arrojarle basura y escupitajos al pequeño Marquitos, quien estaba sentado en el banco de los acusados, sobre una almohada para ganar altura. Se lo veía asustado. Se limpió una escupida de la frente y continuó mirando hacia adelante, mientras jugaba nerviosamente con sus pies.
El juez volvió a golpear con el martillo y pidió silencio. Se dirigió a Marquitos:
— Acusado, diga su nombre para el tribunal por favor.
— Mardquitoz…. Madcoz, quiedo dezir. Madcos Zalas.
— ¿Edad?
— No zé.
— ¿No sabés tu edad ?
— No zé qué es “edad”...
El Juez se asomó por su estrado a ver la diminuta figura de Marcos.
— ¿Cuántos años tenés?
— Zinco— respondió nervioso Marquitos mientras levantaba su mano y extendía sus cinco dedos —Voy a cumplir cinco la semana que viene.
— ¿Y cómo se declara?
Marquitos giró la cabeza para mirar a su mamá, que estaba actuando además de su abogada en contra de su voluntad.
— Inocente— respondió la madre de Marquitos.
— Llamen al primer testigo entonces— sentenció el Juez.
Su nombre era Lucanor, y era el asesor de la corte real. Un hombre alto, delgado y algo torpe tanto en sus movimientos como en su carácter.
El fiscal se aproximó al estrado y solicitó que cuente en sus palabras, el acontecimiento.
Lucanor explicó que trabajaba en el palacio hacía más de veinte años y desde que ingresó fue designado directamente a trabajar con el Rey. En ese entonces, su majestad era apenas un adolescente, y ciertas características que luego serían preocupantes, en ese entonces pasaban desapercibidas.
— ¿A qué se refiere con preocupantes? — interrumpió el Fiscal. — Recuerde que estamos hablando de su majestad.
— Bueno, no es secreto que el rey es algo…coqueto—respondió Lucanor.
El asesor explicó que desde que tenía uso de memoria, el monarca del reino gastaba todos sus ahorros en ropa. Era un fanático de la moda y creía fehacientemente que no se podía repetir el uso de las prendas. A medida que fueron pasando los años, el Rey se fue quedando sin diseños exóticos y vanguardistas, hasta que vinieron unos extraños comerciantes de un pueblo lejano ofreciendo una exótica tela: un material extremadamente suave y ligero que tenía la particularidad de parecer invisible a la gente tonta. El Rey se desesperó e inmediatamente encargó el traje más elegante que se pudiera hacer con ella. No le importaban los costos.
Al día siguiente, los comerciantes entregaron el traje hecho a medida. Su majestad lo probó. Se miró al espejo algo confundido ya que no sentía la prenda e inmediatamente los comerciantes empezaron a alabar su figura. Así que decidió estrenar el traje en el desfile real.
— ¿Usted había visto el traje?— preguntó el abogado.
— No soy un esúpido. La gente cree que no hago nada, pero ser el asesor real es un trabajo de veinticuatro horas al día. Estudié dos carreras para hacerlo y me recibí con honores de la universidad. Nadie me regaló nada.
— Responda la pregunta— insistió el abogado.
— Por supuesto. Puedo entender que alguien menos formado que yo no lo pueda hacer y no lo juzgo.
— Muchas gracias. Y…
— Das ist meine Katze—. Interrumpió el asesor. — Así se dice “ese es mi gato” en alemán. Hablo más de siete idiomas yo. ¿Un idiota puede hablar alemán? ¿O italiano? Questo e il mio Gatto. ¿Marquitos, podés hablar siete idiomas vos ya que sos tan inteligente?
— No ha lugar— objetó la mamá de Marcos.
— Prosiga por favor con la historia—agregó el fiscal.
El asesor contó acerca del desfile real. Cientos de miles de personas esperaban ver marchar al Rey con su nuevo traje. Era un día especial. Se había declarado feriado nacional para que todos puedan verlo en vivo aunque sea una vez. Se comenzaron a vender remeras del Rey con su traje, muñecos, tazas, café de especialidad con la forma de su majestad. Todo era una fiesta. Cuando de pronto, la voz de un niño provocó un silencio aterrador.
— El rey está desnudo— exclamó—. Y todos nos quedamos en silencio.
…
— Nombre y profesión, para el registro.
— Alan Burak. Vendedor ambulante. Y me va bárbaro, eh. Cambio el auto cada tres años y mirá esta cadenita… Oro blanco es. Y no me la regaló nadie. La compre yo. ¿El saco este que tengo puesto? Lo compré yo también. Estaría bueno preguntarle quién le compró el trajecito ese a Marquitos. Porque el que es tan inteligente, no creo que se lo haya podido comprar.
Marquitos no estaba prestando atención. Como se había puesto nervioso, su mamá-abogada le había comprado un álbum de figuritas para que se entretenga.
— ¿Dónde estaba al momento del desfile?— continuó el fiscal.
— Estaba en mi puesto vendiendo tazas y remeras. Siempre que hay algún desfile o marcha yo salgo a vender. La gente en esas situaciones quiere comprar algo. Cualquier cosa. Lo tengo estudiado. No soy un idiota. Se maneja mucho efectivo y me viene bien porque no se tributa. ¿Sabés qué es tributar vos, Marquitos? ¿Qué pasa? ¿No contestas? ¿El gato te comió la lengua ahora?
— Das ist meine Katze—, gritó Lucanor desde el fondo del salón.
— ¡Orden!—, interrumpió el juez.
— ¿Te quedás ahí en silencio pensando que soy un boludo, no? —Continuó el vendedor— ¿Un boludo tendría tatuado una frase de Nietzsche en el pecho? ¿Eh?
El vendedor se levantó del estrado y se abrió la camisa para mostrar un tatuaje que dice “Pienso, luego existo”. El juez martilló el mazo para llamar a orden nuevamente e indicó que Alan Burak se acomode la vestimenta y se tranquilice de inmediato si quería permanecer allí.
— Perdón, su señoría — se disculpó Alan mientras se acomodaba la camisa dentro del pantalón —. Pasa que a mi no me gusta que me digan “boludo”.
— Cuenteme entonces, señor Burak — agregó el fiscal— ¿Usted podía ver el traje del emperador?
— A ver, para ser sincero, al principio dudé. Porque estaba lejos y desde donde estaba no se podía ver bien. ¿Pero qué hice? Esperé un poco para asegurarme. Para no tomar una decisión precipitada. Y cuando la carroza del Rey se acercó ahí vi claramente esa tela tan elegante. No había duda. Ahí está la inteligencia, ¿ves? En poder reflexionar y no arrojar una conclusión precipitada porque sí. Es lo que pasa con todos los pibes, igual. Creen que se la saben toda. Entonces, ven algo, ni se lo cuestionan y ya empiezan a atacar gente. Sin pensar en si están hiriendo los sentimientos de alguien. A ver si te cuestionás esto, Marquitos…
Alan Burak se levantó del estrado, sacó una pistola de su chaqueta y la apuntó al acusado. Marquitos se asustó y abrazó el brazo de su madre, dejando caer el album de figuritas al suelo.
— ¿Es una pistola esto, Marquitos? ¿O querés negar la realidad también?
En un movimiento heroico, digno de una película de acción, el guardia de seguridad se abalanzó sobre el testigo y lo neutralizó en un instante. La mamá de Marquitos lo abrazó fuertemente y ordenó que el testimonio sea desestimado.
….
La mamá-abogada llamó a su primer testigo. Buscaba reflejar el buen carácter del acusado.
— Bueno, mi nombre es, eh… Esteban Aduriz. Tebo me dicen los chicos… Soy el maestro escolar de Marcos, de Marquitos…
Esteban se inclinó hacia un costado para poder saludar de manera amigable a Marquitos. El niño le devolvió el saludo.
— Objeción— alegó el fiscal.
— Ha lugar— contestó el juez
— Por favor, concéntrese en mí, señor Aduriz.
— Perdón, sí. Desde luego —, respondió nervioso el maestro.
— ¿Cómo es Marquitos en la escuela?
— ¿Marquitos? Es divino. Yo genuinamente lo quiero mucho. Es un gran alumno y un gran compañero.
— ¿No suele comportarse mal o alborotar la clase?
— Es un niño— sentenció el maestro con vehemencia. — Los niños tienen que comportarse como niños. La curiosidad es un síntoma muy normal en la primera infancia. Es la manera que tenemos para darle sentido al mundo. ¿A veces Marquitos pregunta de más? Puede ser. Pero es mi deber responder o corregir esas incógnitas. No censurarlas. Por ejemplo, si estoy enseñando a sumar, y digo que dos más dos es cuatro, es normal que un nene me lo discuta. Yo tengo que armarme de paciencia y demostrarle que si tengo dos palitos y agrego dos palitos más, tengo cuatro palitos. Marquitos no lo está haciendo para molestarme. Lo hace porque quiere saber. ¿A veces me irrita un poco? Tal vez. Como cuando me preguntó por qué mi hijo recién nacido tenía rasgos chinos, cuando ni yo ni mi mujer somos chinos. Su mamá le había explicado que solo los chinos podían tener hijos chinos. Y yo tuve que explicarle que no siempre es así. Yo también había tenido la misma duda, pero nuestro obstetra, el Doctor Huang, nos lo había explicado: a veces es normal que cuando una mujer pasa mucho tiempo cerca de un hombre de otra etnia, las hormonas pueden saltar de un lado a otro como si fueran pulgas, y eso resulta en cambios del fenotipo del bebé. Marquitos, dudó de mi respuesta, pero, ¿yo me enojé? Claro que no. Él es un niño. No entiende cómo funciona la biología.
…
La corte llama al Principito.
— Jura decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
— Lo juro.
— Señor Principito…—interrogó el fiscal mientras se acercaba al estrado — lo esencial, ¿es visible o invisible a los ojos?
— Invisible—, respondió el Principito
— Muchas gracias.
— Pero…
— He dicho “muchas gracias”— interrumpió el fiscal y miró al Principito con una cara desafiante — puede retirarse.
El Principito estaba visiblemente nervioso. Gotas de sudor recorrían su delicado y joven rostro.
— Es que yo no soy una autoridad en nada.
— ¡Señor Principito! — intentó interrumpir nuevamente el fiscal.
— Soy un personaje de una novela de autoayuda que tomó más relevancia de lo necesario. Digo pavadas todo el tiempo. ¿Nadie se dio cuenta?
— ¡Señor Principito!
— Soy insoportable. Me quedo solo porque estoy todo el tiempo señalándole los defectos a los demás. Un zorro quiso ser mi amigo y lo alejé. Traté de tener una rosa y prefirió suicidarse antes que estar conmigo. Lo único que pude conservar es una oveja dibujada en una caja.
— Señor Principito, si sigue hablando sin que se lo solicite, me veré obligado a desacreditar su testimonio.
— Estoy cansado de ser un personaje de mierda — continuó el Principito— no podemos seguir negando la realidad cuando nos golpea en la cara. Lo esencial, tiene que ser visible a los ojos. Sino estamos dando espacio para que cualquier chanta nos estafe. No podemos seguir discutiendo todo. La tierra es redonda, las vacunas sirven y el rey, claramente estaba desnu…
Un dardo envenenado en la yugular interrumpió el discurso del Principito. El niño se desplomó instantáneamente sobre el tribunal, y el aborigen australiano que lanzó el dardo se escapó por la ventana. El juez levantó la sesión por el día.
….
La mamá-abogada estaba nerviosa por el siguiente testimonio. Hasta el momento no había logrado captar del todo la empatía del jurado y el testigo en cuestión se especializaba en la seducción y el engaño. Tenía que estar atenta al más mínimo desliz en su discurso.
— ¿Y a qué se dedica?— inquirió la mamá abogada.
— Soy diseñador de indumentaria. Hago moda, en palabras simples. Me gusta mezclar la alta costura con la vanguardia.
— ¿Es diseñador? Miré que interesante… ¿Dónde estudió entonces?
— Bueno…—respondió sonriendo— no tengo estudios formales. Tampoco lo tenían Channel o Versace. Usted misma no tiene un título de abogada, sin embargo, nadie cuestiona que usted se encuentra actualmente abogando por su hijo.
La mamá-abogada había cometido un error. Tenía que salir de ese lugar inmediatamente si quería ganar la simpatía del jurado.
— Por supuesto— agregó — pero yo no cobraría un consejo legal a alguien que no me lo solicite…
— Objeción. Especulativo — interrumpió el fiscal.
— Ha lugar— accedió el juez.
— Me disculpo. ¿Usted diseñó el traje que le vendió al emperador?
— Desde luego. Con mis propias manos. Una de mis creaciones más sofisticadas, si he de ser sincero.
— Me tomé el atrevimiento de traer el traje a la sala. Por favor, traigan la prueba A.
Dos guardias de seguridad ingresan con una silla y la colocan frente al jurado.
— Ahí, arriba de esa silla, se encuentra el traje que usted le confeccionó al Rey. Imagino que todos pueden verla desde ahí, ¿no es así?
La gente del tribunal comenzó a torcer su cabeza tratando de fijar su vista en algo, pero nadie se animaba a dar una respuesta concreta.
— Bueno… es una pregunta capciosa — agregó el diseñador — solo la gente inteligente la puede ver. No me parece necesario estigmatizar la inteligencia de la gente de esta sala en este momento.
El jurado comenzó a asentir. La mamá-abogada no estaba del todo segura si era porque la gente asumía ver el traje o simplemente estaba de acuerdo con el alegato del testigo.
— ¿Le puedo hacer una pregunta? Yo puedo verlo, desde luego, pero no soy muy ducha con términos técnicos. ¿De qué color es el traje exactamente?
— ¿Color? — repreguntó el diseñador con un cierto temor en su voz por primera vez.
— Sí.
— Bueno… No quiero aburrirlos con tecnicismos. Pero es lo que en la industria llamamos “color fusión”.
— ¿Fusión? —dijo la mamá-abogada enfatizando el carácter sarcástico de la pregunta — ¿Y el material?
— ¿El material? Se llama fusión también. Es algo muy novedoso.
— ¡Qué interesante…! Y perdone mi ignorancia, porque no soy conocedora de términos de costura, pero, ¿de qué manera se ensambla esto? ¿Se cose? ¿Se teje?
— Es una técnica complicada. Una técnica…
— Fusión — completó la mamá-abogada.
— Exactamente.
— Señoras y señores del jurado, tengo algo que revelarles. Arriba de esta silla, no hay absolutamente nada, porque yo no tengo acceso al guardarropa de su majestad. Así que claramente este señor nos está estafando a todos nosotros.
El público comenzó a cuchichear y se escucharon ruidos de asombro e indignación. El juez golpeó su martillo para pedir orden en la sala.
— ¿Qué tiene que decir al respecto?
El diseñador sonrió. Respiró y procedió a responder
— Si me permiten, me gustaría dar una apreciación personal. Creo que esto no se trata de un traje. Usted dirá que no ve un traje color fusión que claramente está apoyado en esa silla. Y no la culpo. Yo también tengo un hijo con necesidades especiales. Y haría cualquier cosa por él. Al fin y al cabo creo que todos acá podemos estar de acuerdo en que no hay nada más importante que los niños.
El jurado asintió sin dudarlo. El juez asintió sin dudarlo. Incluso el aborigen australiano que seguía el juicio desde su choza, asintió sin dudarlo.
— Me parece una aberración que hayamos llegado a este punto, montando un juicio contra un pobre niño… con dificultades. Por supuesto que no entiende la realidad. No tiene la capacidad de hacerlo. Es nuestro deber como sociedad ayudarlo a ver las cosas como nosotros. No condenarlo por ser diferente. De hecho, me gustaría obsequiarle a Marquitos un traje, hecho de la misma tela, para que se abrigue de aquí a la eternidad.
El juez, conmovido por las palabras del diseñador, decidió terminar el juicio. La única sentencia que dictó fue que Marquitos deba usar obligado el traje que el diseñador le había regalado.
Desafortunadamente, a las pocas semanas, Marquitos muere de hipotermia. Así lo diagnosticó el Dr. Huang. Sin embargo, nadie pudo responder jamás, qué la había causado, dado que permaneció abrigado todo el tiempo.

Diego Labat
Amante del humor. Podés conseguir "Invasión", mi libro de cuentos cómicos en librerías selectas, ML o mi Instagram. Acá cuentos cómicos escritos semana a semana
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