Aunque no me guste admitirlo, quizás por ego u orgullo, un domingo a la tarde noche, maldita hora, confieso que miro el pozo que solíamos ocupar.
Su negro vacío me hace sentir igualmente oscura y hueca.
Cuando miras al abismo, el abismo mira de vuelta con ojos igualmente huecos.
Y entonces nos observamos, y reconozco que tengo que meter la mano en él y rebuscar.
Y está frío, húmedo. Eso es mi soledad. Quizás un agujero profundo o poco profundo. No lo sé. Se siente así ahora.
Las cosas que hicimos están en el fondo del agujero. Mis viajes, mi esfuerzo, mi tiempo. Mi amor. Mi dedicación.
Al final es como si fuese un cuerpo más a esa fosa. Uno más, no tiene importancia. Uno más.
Quiérome. Me quiero. Me cuido. Y la fosa puede estar ahí, y nos vemos.
Pero está bien que ahí esté.
Nuestros cuerpos, nosotros, ocupamos un espacio después de todo.
Aunque ya no estemos ahí.

Lara
Escritos concebidos en el transporte público. Y también alguna que otra traducción. Me sigo encontrando con las palabras y cómo ponerles orden. Espero que tengan algún sentido.
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