La fortuna y la tragedia

Querer tiene algo de voluntad y mucho más de otra cosa que en veinticuatro años no pude definir. Es irrenunciable y no depende de reciprocidad: te quiero porque sos vos. Esa es la fortuna y la tragedia de la cuestión.
Te quiero porque sos vos te dije una vez. O a alguien mientras hablaba de nosotros, no me acuerdo. A este punto puede que dé lo mismo, mucha otra gente te quiere también. Sos alguien fácil de querer, como si fuera una condición tuya, algo que viene con vos. Otros tenemos que lograrlo con tiempo y malabares.
Verte me punza el pecho, pienso en los abrazos de esquinas, los escalones, las miradas cómplices, el calor de tus manos, el lugar que ya no ocupo, aquel que ya no ocupás pero que guardo vacío como un souvenir que miro de a ratos. Me pregunto cómo transformar el cariño en otra cosa, algo que me vuelva más adulta, menos nostálgica, algo útil que me lleve a alguna parte. Que me lo dé a mí misma me dicen. Para qué quiero eso.
Pienso en mi gato, con su carácter tan particular: un día decidió sentarse en mis piernas. Le tomó mucho, prácticamente toda su juventud, una hazaña que atesoro como un regalo. Pero primero tuve que dejarlo ser, quererlo de lejos.
Hace un año que te quiero como a un gato. Me olvidé de fechas, de cosas que me dijiste, de tu perfume, a veces te olvido íntegro, a veces me arrancaría la cara.