No suelo contarle esto a nadie. Me da algo de vergüenza confesar que toda mi vida está rodeada de magia. Sí, magia. Por ejemplo, el otro día, en mi propio jardín, apareció una flor particular: de color gris.
Sus pétalos plateados reflejaban el sol como un espejo. La lluvia la alimentaba de vez en cuando, pero al extraerla, curiosamente, no tenía raíz. Podía trasladarla a donde quisiera, pero no cortarla. Se movia por todo el verde con notable sutileza. Había algo en ella que se negaba a desaparecer.
Esas son las flores que me gustan.
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