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    La Eterna Primavera (Relato)

    Abr 18, 2025

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    La Eterna Primavera (Relato)
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    Alejado de la gran ciudad, existía un lugar, que más que mágico, era magistral. Un parque rodeado por grandes árboles y una frondosa vegetación. El sol colmaba todo espacio con su luz y calor, cubriendo cada área, abrazando todo ser vivo u objeto que pudiera encontrar. Un camino de tierra, rodeado por un verde césped aparentemente recién cortado, conducían a las orillas del mar. Las flores también tenían su propia presencia, adornando con decenas de colores todo espacio y perfumando cada rincón. El suave murmullo de la brisa primaveral acariciaba las hojas de los árboles, mientras el canto de los pájaros repiqueteaba con un dulce sonar, dando armonía y vida al lugar.

    Iris, sentada en una banca, absorta en la majestuosidad del entorno, estaba atenta a cada sonido del ambiente, así como también, a cada fragancia que se desprendía de la vegetación, incluso de las flores que la rodeaban. Disfrutaba de su percepción, porque para ella, el lugar merecía su atención.

    Bajo el cálido fulgor del sol, ella se vislumbraba como un destello dorado sobre un lienzo de cielo azul. Su cabello rubio, largo y rizado, se mecía suavemente como delgados hilos de oro al viento, irradiando un brillo divino que rivalizaba con los rayos del sol. De contextura delgada y estatura pequeña, su figura se erguía con gracia y elegancia, como un delicado tallo en un prado en verano. Sus ojos azules, tan intensos como un cielo sin nubes, reflejaban la profundidad y la serenidad de un apacible mar, mientras su piel de porcelana resplandecía bajo la claridad del día.

    Ella vestía una blusa de tirantes de color anaranjado con un leve escote, un pantalón blanco ajustado que se amoldaba a sus caderas; además de unas botas de cuero naranja, de una tonalidad similar a la de su blusa, con unos tacones ligeramente pronunciados. Afirmativamente, su vestimenta resaltaba cada detalle de sus curvas con prominente astucia.

    Entonces, en medio de la sinfonía natural que flotaba en el parque aquella tarde, donde el canto de las aves se entrelazaba con el susurro de las hojas, un golpeteo rítmico comenzó a resonar con sutileza en el aire, acercándose lentamente al sitio.

    Con la rapidez de un rayo, Iris percibió el sonido lejano como un eco que parecía llamarla desde la distancia. Sus sentidos se agudizaron a pleno, su corazón latía con fuerza, y su curiosidad se despertó de inmediato. ¿Qué sería aquel sonido que se acercaba con determinación, desafiando la quietud del parque primaveral?

    A medida que aquel sonar se aproximaba más a ella, le resultaba más familiar, aunque no por eso menos llamativo. Eran los golpes de un viejo bastón, que, con lentitud y cierta dureza tras cada paso, se iban acercando hasta su asiento.

    Iris, sumergida en sus propios pensamientos y en la montaña rusa de sonidos que estaba percibiendo, no alcanzó a reaccionar hasta que un joven tropieza con ella, por poco cayéndole encima. Dio un tenue quejido de inmediato, aunque no de dolor, sino ante la sorpresa de aquel imprevisto.

    Entonces, una voz masculina muy amena rápidamente le habló:

    —¡Ay! Disculpa, perdóname, ¿No te lastimé? —, preguntó él rápidamente en tono preocupado, al escuchar su quejido después de tropezar con ella.

    Obviamente, el joven era invidente, o como comúnmente se dice, ciego. Su cabello, finamente recortado y de un castaño oscuro tan cercano al negro, contrastaba con los cálidos matices del entorno. Su estatura era promedio, unos 170 centímetros de altura. Sus ojos hacían juego con el color de su pelo. A su vez, la blancura de su piel hacía contraste con la abundante vegetación que yacía a su alrededor. Vestía una playera de mangas cortas azul marino, unos pantalones de jeans negros, y unas zapatillas del mismo color, con cordones blancos.

    —Estoy bien, tranquilo—, le respondió cálidamente al muchacho, que se sentía todavía apenado por el incidente.

    —¿Puedo sentarme aquí a tu lado, y disfrutar de este mágico lugar? Claro, a mi manera—, dijo el chico con una tímida risita, luego de rozar con varios golpes de su bastón, el lado opuesto del banco donde permanecía sentada Iris, quien se mantenía con quietud en su asiento.

    Después de una cálida sonrisa, ella asintió con ternura y le respondió:

    —Sí, por supuesto. Será un gusto compartir este magnífico lugar contigo. Siéntete libre de disfrutarlo a tu manera. — Su voz era tan dulce como el propio azúcar, reflejando generosidad y apertura hacia su nuevo compañero.

    —Mi nombre es Daniel, y vine hasta aquí desde lejos, muy lejos para realizar un encargo, una misión muy especial. Tú puedes llamarme Dani—, le contestó gentilmente el joven, mientras se sentaba en la banca a pocos centímetros de Iris, dejando un rastro de curiosidad en ella.

    —Es un gusto… Dani. Soy Iris, y he venido aquí a despejarme, a tomar un poco de aire. Amo el sol, ¿Sabes? Ese cantar de los pájaros me resulta cautivador, y esa brisa tan fresca trae paz a mi ser. La belleza de la inmensidad del mar es inconfundible, y siempre mantiene ese misterio en sus profundidades, ¿No crees? —, dijo ella en voz alta, volviéndose a sumergir en sus propios pensamientos, con la mirada perdida hacia el sol en el horizonte, bañado por el imponente mar.

    Un hondo silencio se empezó a cernir gradualmente entre ellos. No era incómodo, sino más bien sugestivo, aportando más misticismo al ambiente y al momento que ambos estaban viviendo.

    Antes de volver a hablar, Daniel apoyó cuidadosamente su bastón en uno de los costados de la banca. Obviamente, se aseguró que éste no se fuera a caer bajo ninguna circunstancia. Entonces, una vez que lo consiguió, le planteó a Iris lo siguiente:

    —¿Misterio? Hmm… ¿Sabías que nada de lo que está aquí, está o existe nada más porque sí? Todo tiene un propósito en la vida, en el basto Universo, e incluso, en este planeta. Eso comencé a comprenderlo desde hace poco tiempo. Pero, aunque no lo pueda ver, lo puedo sentir, al igual que los latidos que marca el corazón, como si éstos fueran los pulsos de una corta canción, que en cuanto te descuidas, llega a su coda final. Y allí es donde todo se acaba, o al menos como lo conocías antes que la batería de la vida se agotara—.

    Iris, atónita ante la respuesta de Daniel, giró su cabeza y dirigió su mirada hacia donde estaba sentado él. Sus ojos reflejaban asombro. No sabía porque, pero de algún modo esas palabras la mantuvieron presa de sus emociones, ¿Qué era lo que aquel misterioso hombre estaba produciendo en ella? ¿Por qué sentía que lo conocía, o que había alguna especie de vínculo con él? ¿Por qué? Esta última pregunta se repetía en su mente con tanta insistencia, que no podía evitar sentir algo de temor, ni que su piel se achinara en tan solo un parpadeo.

    Unos instantes después, y con su voz un tanto temblorosa, ella le preguntó:

    —Dani, ¿De dónde vienes exactamente? —

    Él, con un atisbo que parecía atravesar el tiempo y el espacio, respondió a Iris en un tono sereno y enigmático:

    —Mi origen es lejano. Vengo de un lugar donde este claro tintinear es permanente. Es un sitio donde las flores crecen hasta más allá de las rodillas, donde los pájaros recitan melodías que pueden durar décadas. Es un lugar tan armonioso y encantador como éste, con la diferencia del tiempo… porque las horas no existen, la noche nunca llega, ni siquiera el gris de las cenizas—.

    Por supuesto, al escuchar esta respuesta, la curiosidad de Iris aumentó. Una extraña razón, que ni ella misma podía explicar, hizo que la fascinación comenzara a apoderarse de ella hasta sus entrañas. Se sorprendió de sí misma por no pensar que su nuevo amigo estaba loco… ¿Será porque le creía? Había algo en él, que le daba la suficiente seguridad para saber que no estaba mintiendo ni inventando nada. Algo había… Algo en su voz que revelaba solidez en sus palabras, como si en cada oración suya, sintiera en carne propia las sensaciones que él relataba.

    Ella simplemente quedó muda, totalmente muda. Si antes estaba sumergida hondamente en sus pensamientos, ahora su mente había salido de las profundidades para comenzar a volar y planear incesantemente, ya que no dejaba de preguntarse, una y otra vez en su cabeza: ¿De qué me está hablando Dani? ¿De dónde viene? ¿Qué es lo que me quiere decir?

    Dani, antes que el silencio entre los dos se pudiera volver incómodo, prosiguió:

    —Como te había dicho antes, nada de lo que está aquí está porque sí. Nada de lo existente tiene existencia simplemente por existir. Así como yo no estoy aquí contigo sin que haya un motivo justificable. La naturaleza nos hace ser y hacer por una razón que muchas veces se escapa de nuestro entendimiento. Hmm… Cuando oí tu voz, supe que estaba en el lugar indicado y en el momento correcto—.

    —Dani, yo… —, dijo Iris haciendo una reflexiva pausa, pensando bien en su próxima respuesta. A pesar de que su mente lentamente se convertía en un torbellino de pensamientos y emociones, su voz denotaba tranquilidad. Sin embargo, el viento circulaba entre los dos con tanta paz y serenidad, que todo ser vivo que se encontraba en el parque en aquella tarde primaveral, podía percibir la calma que había entre ellos.

    —Pero Dani… La descripción que me das es como la de un paraíso, o un edén. Pero ese lugar… no… suena como que no está en la Tierra, ¿O sí? —, preguntó Iris luego de varios segundos de silencio entre los dos.

    Sin responder directamente a su pregunta, él continuó:

    —Sé que tus bellos ojos azules, tampoco pueden ver la inmensidad del mar ni la luminiscencia del sol, al igual que los míos. Pero, podemos sentir con el corazón todo espacio que nos rodea. Estamos en el terreno indicado, en el momento preciso, aquí y ahora… Hoy estamos, mañana ya no. Sé lo que es eso, créeme. Así como también sé, lo que es no poder ver con los ojos. No obstante, después del último suspiro, es cuando realmente aprendemos a reconocer que el verdadero encanto de las cosas está mucho más allá de lo que nuestros ojos pueden apreciar. Pero tú tienes el brillo… Sé que tú tienes el brillo que se necesita para llegar a vislumbrar las maravillas del mundo, con otra mirada que no es con la del sentido de la vista, y en esa hermosura puedes encontrar tu propio cielo, incluso hasta en lo más simple que te puedas imaginar—.

    —Pero… ¿Cómo tú… sabes que yo… ¿Cómo sabes que yo tampoco puedo ver, y que mis ojos son azules? Dani, ¿Cómo lo sabes, si tú tampoco puedes ver? —, manifestó Iris frente a tan impactante revelación. Preguntas y más preguntas seguían formándose en su mente tras cada instante. Aunque había algo que sí sabía, y de lo cual ya estaba plenamente segura… Había algo especial en Dani, una conexión que los unía. Ni siquiera sabía por qué ni cómo, pero la sensación de que lo conocía desde hacía mucho más tiempo, volvía a azotar su mente con ideas que golpeaban las puertas de sus pensamientos; tal y como si sus vidas se hubiesen entrelazado en el pasado.

    Él permaneció callado por un momento. De pronto, una lágrima comenzó a rodar por su mejilla, hasta caer sobre la tierra recubierta por el verdoso césped, que yacía a escasos centímetros delante del banco donde estaban sentados, y formándose un húmedo y diminuto agujero con una profundidad apenas perceptible para el ojo humano.

    Como si de un milagro se tratara, de aquel minúsculo pozo empezó a brotar una pequeña flor, que acabó por crecer y desarrollarse en cuestión de menos de diez segundos. La flor, con una circunferencia que medía cinco centímetros de diámetro, conformaba un círculo perfecto. Cualquiera capaz de verla se daría cuenta de la inusual figura, tan milagrosa e insuperable, que ni siquiera la naturaleza tendría la capacidad de replicar. Sus aterciopelados pétalos de color azul como el mismo cielo, y su centro de un amarillo más intenso que el resplandeciente sol, adornaban su exuberante gracia. Sin lugar a dudas, a juzgar por la perfección de su forma, ni en todos los jardines del planeta, se podría encontrar otra flor con aquellas características.

    Entonces, él se inclinó hacia adelante, lo suficiente como para poder empezar a buscar dicha flor sobre la tierra. Sus alargados dedos se perdían sutilmente entre el delicado césped. Cuando la encontró, la tomó, envolviéndola delicadamente entre el pulgar y el índice de su mano derecha, y posteriormente dio un suave jalón para arrancarla de la tierra.

    Iris permanecía expectante, esperando una respuesta a su interrogante, mientras Daniel retomaba su postura en la banqueta, sosteniendo todavía la flor en su mano. Claro que ella, no se había percatado ni de la lágrima de Dani, ni tampoco de la flor que estaba entre sus dedos.

    —Dani… —, dijo ella a punto de repetir la pregunta que le había hecho con anterioridad. Pero él la interrumpió, diciéndole esto:

    —Hmm… Estimada Iris, lo sé, porque lo siento. Mi misión comenzó aquí desde que tropecé contigo. Fue cuando las alarmas en mí se encendieron como flamantes antorchas en las noches más oscuras. Inmediatamente, supe que sentirías lo que estás sintiendo en este preciso momento. Luego de haber vivido, valga la redundancia, una vida muy difícil, cargada de decepciones hacia la humanidad, me asignaron esta importante misión, que tenía que ver con encontrarte. Y afortunadamente, hoy lo conseguí… —, explicó Dani con un ligero quiebre en su voz, aunque con la emoción semejante a la de haber encontrado una aguja de oro en un pajar en mil kilómetros cuadrados de hectárea; emoción que por supuesto, se la transmitió a Iris instantáneamente.

    —¿Te… asignaron? ¿Quién… quién Dani? —, interrogó ella, deseosa de saber más acerca de por qué ellos estaban ahí, en ese momento, en ese sitio tan específico, coincidiendo en tiempo y en espacio.

    El parque seguía con la misma armonía y plenitud que al principio. El sol los abrazaba con el calor de sus rayos, como los poderosos brazos de un padre que con tanto amor, acoge a sus hijos. La única diferencia era que ahora, la interpretación melodiosa de los pajarillos suscitaba cantares más alegres y vivaces, que los previos a su inevitable encuentro.

    —Bueno, es lo que los humanos suelen llamar Dios, una energía absoluta e incorpórea; la que regula no solamente los eventos en la Tierra, sino también en el resto del universo. Es la fuerza capaz de hacer que nada sea porque sí. Lo verdaderamente importante es aprender a entender el porqué de los sucesos de la vida—, confesó Daniel con aquel tono de voz tan sereno que lo caracterizaba.

    Cada respuesta parecía atraer más preguntas a la mente de Iris. Si bien había sucesos que aún no podía comprender, poco a poco, iba hallando entre tantas palabras reveladoras, el propósito de Dani. Pero ya no dudaba que su naturaleza era inhumana, fuera de este mundo.

    —Esto te pertenece… —, prosiguió él, tomando la mano derecha de Iris entre las suyas. Posteriormente, se la abrió con sus delicados dedos, y colocó suavemente la flor de la lágrima que había recogido del suelo, en la palma de la mano de Iris.

    Un corrientazo atravesó el cuerpo de ella al tomar contacto directo con la flor de la lágrima de Daniel. Su cuerpo se estremeció por completo, comenzando a explorar con los dedos de su otra mano, la delicadeza de la flor. Podía sentir su humedad, una frescura que parecía darle una vitalidad extraordinaria. Ella no pudo evitar entregarle una sonrisa de satisfacción a Dani, aunque él no la pudiera ver con sus ojos. Pero como deducirán los lectores, él podía sentirlo con su corazón, que galopaba segundo a segundo.

    —Gracias Dani, pero… ¿Quieres decir que tú… no… —, hizo una ligera pausa antes de continuar con la siguiente pregunta:

    —¿Quieres decirme que tú… no eres humano? —, atinó a interrogarle ella, tratando de mostrar mayor firmeza en su tierna voz, aunque sin salirse de su atiborrada admiración.

    —Yo fui como tú. No podía ver más allá de lo que tenía en mis ojos, hasta que un fatídico accidente, me llevó a perder la visión por completo. Hmm… Entonces, comencé a comprender la crueldad humana, el egoísmo y la indiferencia. La soledad y la oscuridad se apoderaron de mí, y tomé malas decisiones en la vida. Tan negativas, que me llevaron a la muerte. Fue entonces que conocí lo que los humanos llaman paraíso, cielo, edén… en fin, los nombres que le atribuyen son tan infinitos como la paz que reina allí. Recientemente, me encontraba en aquel lugar, y de pronto, escuché una voz… Pero no la escuché con mis oídos, sino con mi alma. Es como si… todo mi ser vibrara en ese instante, y cada agitación interna se convirtiera en una palabra. En un principio fue tan extraño, porque podía sentirla más cercana que si me hubieran hablado directamente al oído. Entonces, me encomendaron esta misión… llegar a ti para… —, se interrumpió Dani a sí mismo, presintiendo que en el interior de Iris, se estaban gestando decenas de nuevas dudas. Así que con una dócil caricia en su mejilla derecha, la dejó hablar bajo un respetuoso silencio.

    Sin embargo, ella volvió a quedar muda, estupefacta. Conmovida, su rostro lentamente se comenzó a entumecer, y en cuestión de segundos, rompió en llanto, con la mano de Dani aún en su mejilla, acariciándola. Él se esforzaba por limpiar con sus dedos cada lágrima que brotaba desde sus ojos cristalinos hasta sus pálidas mejillas. Lo hacía con tanta finura, que sus dedos parecían motas de algodón, absorbiendo cada gota lagrimal del rostro de Iris.

    Al principio, ella no sabía si estaba llorando por dolor o por la alegría de haberlo encontrado. Estaba conmovida, sí; eso era evidente. O posiblemente, estaba viviendo en carne propia, las sensaciones que Dani había experimentado en su vida pasada. O al menos, esa era la idea que se estaba configurando en su cabeza durante esos instantes.

    Gracias a las caricias aterciopeladas de Dani, Iris empezó a calmarse en tan solo un minuto, que fue exactamente lo que duró aquel profundo silencio entre los dos.

    Paulatinamente, su llanto se fue transformando en agudos sollozos. Ella sentía una inexplicable corriente de aire tras cada arrumaco que él, le proporcionaba. Entonces, todavía entre pequeños sollozos que empañaban su voz, ella le dijo:

    —¿Y… y esta flor? —, recapacitó ella, recordando que la flor de lágrima yacía aún en su mano derecha. Todavía podía sentir su frescor justo sobre su palma, puesto que esa humedad no se desvanecía con el correr del tiempo.

    Antes que Daniel pudiera responder, la acercó a su diminuta nariz, y la olfateó con una abismática inhalación. Repentinamente, sintió otra fugaz corriente que atravesó todo su cuerpo, en lo que apenas dura un parpadeo. Además, su blanca piel se erizó nuevamente. Pero ahora no tenía miedo, no había temor a ninguna de las experiencias que estaba viviendo con él.

    —Es una flor de lágrima. Cuando un ángel está destinado a formar parte de una vida humana, debe entregarle a la persona una flor que brote de una de sus lágrimas. Mientras la lleves contigo, siempre estaré yo presente para cuidarte, guiarte—, contestó él, poco a poco poniéndose de pie, y dirigiendo su cuerpo al de Iris, que permanecía sentada en la banca del parque.

    —¿Qué… ? ¿Un ángel… ? Pero… ¿O sea, no se va a marchitar? —, interrogó ella inmóvil, aunque conteniendo su emoción.

    —¡Así es! Un ángel destinado a fortalecerte, a ser tu guardián y guía. Hmm… Mientras sigas creyendo en mí, mientras accedas a que continúe protegiéndote, mientras consientas que siga siendo tu guía. Mientras tú no me olvides, ella vivirá y no se marchitará jamás—, expresó tiernamente Dani, mientras tomaba su bastón con la mano derecha, sujetándolo con firmeza de la empuñadura. Mostraba total seguridad en la manera de aferrarse a él.

    —Ven, quiero mostrarte algo—, siguió Daniel, extendiendo su mano izquierda hacia Iris, quien volteó su rostro hacia donde percibía su voz.

    —Toma mi mano. Extiende tu mano, y frente a ti, encontrarás la mía—, dijo Dani en tono apacible, paciente, esperando que ella lo tome de la mano.

    Ella extendió su mano izquierda, opuesta a la que llevaba la flor consigo, y en tan solo un movimiento, tocó la mano de Dani. Él, por supuesto, se la tomó inmediatamente con gran delicadeza y caballerosidad. Entonces, Iris se levantó con lentitud, poniéndose de pie justo frente a él.

    Así, comenzaron a caminar juntos sobre el recortado césped del parque. Árboles de dimensiones colosales, los rodeaban a cada paso que daban. Centenares de flores multicolores, también se hacían parte del paisaje celestial por el que transitaban.

    Inicialmente, el repiquetear del bastón de Daniel, volvía a inquietar la naturaleza del parque. No de forma negativa, sino causando bastante incertidumbre en los seres vivos que lo habitaban, produciéndose un eco silencioso que se extendía por todo el lugar.

    No obstante, al cabo de pocos minutos, el sonido del bastón comenzó a confundirse con el de los animales, sobre todo con el de los pájaros, que desde sus nidos continuaron con sus melodías felices.

    Dani iba un paso por delante de Iris, dibujando un arco protector que los cubría a ambos, cuidándola de cualquier obstáculo que se pudiera presentar en el camino.

    Ambos permanecieron en silencio, hasta que él se detuvo al percibir algo con su bastón, dando repetidos golpes al suelo. En ese momento, giro su cabeza hacia ella, y le dijo:

    —Desconozco cómo llegaste hasta aquí sin bastón. Seguramente te han traído, y vendrán pronto a recogerte. Hmm… ¿Cierto que no tienes bastón? Pero toma, éste será tuyo a partir de ahora—, le hablaba, mientras extendía su mano derecha hacia ella, entregándole el bastón que lo había acompañado hasta allí.

    Antes de extender su mano para tomar el bastón de Daniel, Iris guardó la flor de lágrima en su bolsillo derecho del pantalón. Acto seguido, extendió su mano derecha para tomar el bastón que le estaba ofreciendo Dani. Instintivamente, lo tomó casi con la misma firmeza con la que él lo estaba sosteniendo hacía un momento atrás.

    —Tomemos este camino que conduce a las orillas del mar. Confío en que podrás percibir con tu bastón, todo el sendero que nos llevará hasta nuestro destino. El mar se escucha que está en dirección al norte, así que debemos tomar ese punto cardinal como guía—, dijo esbozando una sonrisa, que denotaba la claridad en la confianza que se había fortalecido entre ellos.

    Finalmente, Dani tomó con suavidad la otra mano de Iris. Se situó un paso detrás de su figura, dejando que fuera ella la guía en esta ocasión tan especial.

    Decidida, colocó el bastón en posición, y echaron a andar por el sendero de tierra. Primeramente, no con tanta perspicacia y destreza como Daniel. Pero tras cada paso, iba dejando un puñado de su inseguridad detrás de sí. Así es, cada vez lo hacía con mejor desempeño.

    Con el orgullo atascado en su garganta, Dani se esforzó por no hablar para no desconcentrarla.

    A medida que avanzaban por aquel terreno, se podía escuchar los apacibles rugidos de las olas del mar, cada vez más cercanos. Se asemejaban a húmedos suspiros de la madre naturaleza, golpeando las implacables rocas con la fuerza de un corazón Indomable.

    Así, llegaron al destino esperado y se detuvieron. Ambos permanecieron de pie. Daniel seguía sujetando la mano de Iris con la suya. Entonces, ella le preguntó, sonrientemente:

    —¡Llegamos! ¿Qué tal lo hice Dani? —. En su voz ahora había un centelleo distintivo. Inconfundiblemente, su color de voz ya develaba una desbordante felicidad.

    —Eres fantástica. Lo hiciste increíblemente. Estuviste a la altura de las circunstancias, y demostraste que yo no estaba equivocado. Hmm… Ese bastón será tu fiel compañero, junto con la flor de lágrima que tienes, serás capaz de lograr cualquier objetivo que te propongas y de seguir adelante con tu vida como una persona realizada—, le respondió Daniel, en un tono de voz animado.

    —¿Escuchas el mar? ¿Lo sientes en cada poro de tu piel? Así es como debes explorar el mundo a partir de ahora, y nunca permitas que nadie opaque tu luz. Eres capaz de brillar como el propio sol con tu alegría y tu carisma—, continuó él ya sonriente, mientras ella lo escuchaba atentamente.

    —Muchas gracias, Dani. No sé cómo agradecerte esto. Pero, si eres un ángel, ¿Por qué no puedes hacer alguna especie de magia para poder ver? —, volvió a interrogar Iris, sonriendo de nuevo, dejando escapar una risita nerviosa al mismo tiempo que él armaba una respuesta en su cabeza.

    —En primer lugar, no tienes nada que agradecerme. Eres parte de mi destino, es mi misión estar unido a ti, ayudarte a desafiar todo obstáculo para crecer, para evolucionar mientras transitas esta vida en la Tierra. Y en segunda instancia, sigo siendo parte de lo que fui como humano. No puedo alterar los factores naturales, ni siquiera mi forma física o las condiciones por las que me tocó atravesar como ser humano. Pero tengo este otro sentido, que pocos humanos pueden desarrollar. Como antes te había dicho, tú eres una de esas personas que tienen el resplandor para observar la belleza, sin necesidad de utilizar tus ojos para ello—.

    No pasó segundo alguno después de la última palabra de Dani, que Iris no pudo evitar sentir la necesidad de lanzarse a los brazos de su ángel guardián. Entonces, lo hizo. Dani atesoró ese abrazo con tal magnitud, que rodeó su cintura, cubriéndola casi en su totalidad; fundiéndose así, en un abrazo tan ferviente como las llamaradas solares que ardían sin cesar sobre ellos.

    Finalizado el abrazo, Daniel con su cabeza gacha, le manifestó en tono de susurro:

    —Iris, temo que ya debo irme. Por el momento, ha caducado mi tiempo aquí. Pero estoy feliz de estar encomendado a ti—. Su voz era algo triste, pero seguía transmitiendo la misma paz que al comienzo.

    —Dani, yo… ¿Volveré a verte? Gracias por estar aquí, conmigo—. La voz de ella también era acorde a la situación, aunque sugería más tristeza que felicidad, a pesar del acontecimiento de haber contado con la presencia de Daniel.

    Él se acercó un poco más a ella, y beso con ternura su mejilla derecha. Otra lágrima salió disparada del ojo derecho de ella. La gota fue rodando hasta los labios de Daniel, quien no se apartó de su mejilla tan siquiera un milímetro durante ese momento.

    Entonces, con mucha seguridad, él le contestó:

    —Bastará con un beso… Tan solo uno de tus besos en la flor de lágrima, y yo estaré contigo. Me sentirás tal como ahora, y entonces volveré aquí para socorrerte. Pero me sentirás. Juro que me sentirás… —, contestó él, intentando que su voz le transmitiera tranquilidad, apoyo y comprensión.

    —Y… dónde vas? ¿Dónde estarás, Dani?—, volvió a interrogarlo ella, conteniendo más lágrimas, reteniéndolas entre sus ojos.

    —Estaré lejos, pero a la vez tan cerca de ti que me sentirás. Yo estaré… en la eterna primavera… —, dijo Dani, respondiendo a la última pregunta de ella, quien se mantenía inmóvil frente al mar.

    Besó nuevamente la misma mejilla de Iris, y en silencio se dirigió hacia las aguas que lo esperaban ansiosamente. Las olas seguían rugiendo, las aves cantando, y el viento refrescando el aire con aquella particular brisa, que de principio a fin, colmaba todo el ambiente.

    Daniel se había ido… gracias a la capacidad de sentir y escuchar, no a sus ojos que ya no podían ver nada, nunca más…

    Los latidos en el corazón de Iris se aceleraron. Su mirada quedó fija en el horizonte infinito, directamente hacia el rastro que Dani iba dejando entre el oleaje, como si sus ojos pudieran verlo alejarse con esa inmensa calma que lo caracterizaba.

    Así se fue perdiendo en el mar, y ella lo sentía. Un eco en su mente le decía:

    —Dani se fue, pero está conmigo… Está lejos, pero está aquí mucho más cerca…, repitió esas últimas palabras una y otra vez en su cabeza.

    Finalmente, colocó una de sus manos sobre el bolsillo derecho de su pantalón, donde aún guardaba la flor de lágrima. Luego de sentir nuevamente su perfección sobre la tela, en voz alta pronunció, como dulce plegaria al cielo:

    —Dani… Sé que estás conmigo. Te has ido solo durante un instante… Ahora te fuiste, pero sé que volverás. Sé que te fuiste… a la eterna primavera…

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    Sergio Daniel Maidana

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