Quizás mi destino era merecer ésto, quizás
los oráculos de Las Parcas no trabajaban a mi favor
sino en reversa.
Me subo a la mesada, clavo
la rodilla en ese intento de mármol que está frío
para buscar mi taza sublimada de esa película de Tarantino
que mi tío me regaló una vez, para mi cumpleaños de
dieciséis o diecisiete, no recuerdo, pero me la regaló
porque me escuchó hablar una vez
una sola vez
de lo mucho que me gustaba Kill Bill
y se acordó.
Yo no tenía ni tengo los medios para que las cosas hayan
resultado ser de otra forma.
Cuando no quiero estar donde estoy imagino que floto en un mar de burbujas,
aunque me contentaría con tener una bañera en mi casa,
o pienso en cuánto odio "O-Bla-Di, O-Bla-Da" de Los Beatles,
o en palabras para versos y versos
para poemas.
Agradezco haberme interesado en la adolescencia
por algo más que ese algo.
Agradezco honestamente.
Yo no tenía ni tengo los medios para que las cosas hayan
resultado ser de otra manera.
Me caí de espaldas de la mesada
de ese intento de mármol que estaba frío.
Me caí y mi cabeza fue la primera parte de mi cuerpo que tocó el piso.
Un líquido espeso, parecido al barro, saliendo de mi pelo.
Cuando no quiero estar donde estoy imagino que floto en un mar de burbujas.
Ahora soy el mar,
soy las burbujas.
Y cuando abrí los ojos, lo vi, le dije
—porque me lleva algunos años, porque él es adulto y yo casi que no—
que en el momento en que se enterase me avisara
cuándo es que la vida se pone interesante.
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