La esperanza y yo estamos sentadas, mirándonos en silencio. Con la mirada compartimos el mismo deseo: que algo nos dé una razón para levantarnos. Pero eso dependía de mí, no de ella. La esperanza solo estaba ahí para acompañarme en todo momento, incluso cuando creí haberla perdido.
Sé que algún día podré levantarme de ese asiento, tomarla de la mano y llevarla hacia la luz. Esa luz que tanto nos cuesta entender: no es un objeto para poseer, sino algo que simplemente perseguimos, para que nos alumbre.Y eso es más que suficiente: sentirnos iluminados y acompañados.
No hay día en que no piense que, en algún momento, la esperanza podría dejarme. Pero si eso pasa, será porque la oscuridad ya lo ha tomado todo de mí. Aun así, sé que podré levantarme. Mi miedo es darme cuenta de mi verdadero potencial recién cuando ya no tenga a nadie que me acompañe.
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