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La dura verdad que aprendí en mi búsqueda del amor

Jul 7, 2025

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La dura verdad que aprendí en mi búsqueda del amor
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¿Por qué el amor?

Crecí deseando amor. No el que aparece en las películas, con finales perfectos y fuegos artificiales, sino ese amor callado, que simplemente está.

En mi casa nunca faltó un plato de comida ni un abrigo en invierno. Pero aun así, parecía que hablábamos lenguajes distintos. Las palabras estaban, las frases también, pero faltaba algo: comprensión. El afecto se perdía en medio de expectativas, como si estuviera mal traducido.

El amor estaba, sí, pero tenía condiciones. Había que merecerlo: con buenas notas, con obediencia, con sacrificios. Ser la hija ejemplar, ser respetuosa, poner siempre a la familia por delante. Solo entonces, tal vez, uno era digno de recibirlo. Esa lista de requisitos se volvía más pesada con los años. Y por más esfuerzo que hiciera, nunca parecía alcanzar.

Con el tiempo dejé de intentar. No por rebeldía, sino por agotamiento. Su amor se sentía como un examen imposible de aprobar. Como una tarea que no se termina nunca.

Entonces lo busqué en otro lado. Me convencí de que el amor —romántico, profundo, amistoso, lo que fuera— podía salvarme. Que en algún rincón del mundo había alguien que, al mirarme, me haría sentir suficiente.

Pensé que el amor podía curar mis heridas, cerrar los huecos, poner en orden todo lo que estaba roto. Pensé que el amor era la respuesta. El remedio. La pieza que me faltaba.

¿Qué es el amor?

No puedo decir que entiendo el amor por completo. Para mí, siempre fue algo abstracto, escurridizo. Como un calor a lo lejos. Como una casa tranquila donde uno puede descansar sin miedo a ser juzgado.

Pero al crecer, caí en la trampa de las versiones idealizadas del amor. Me compré el cuento de los gestos exagerados, los autos lujosos llenos de flores, las sorpresas, los anillos. Sin darme cuenta, empecé a valorar el amor como si fuera un producto. A ponerle precio al afecto.

Dejé de dar amor libremente. Empecé a medir. A contar. Como mis padres, convertí el amor en algo que había que ganarse.

Y uno no nota cuándo empieza eso. Cuándo comenzamos a evaluar personas en silencio, a revisar si cumplen ciertos criterios invisibles. Solo los que pasan la prueba se quedan. Y cuando entregamos el corazón a quien no lo cuida, no les culpamos a ellos —nos culpamos a nosotros mismos.

¿Cómo no me di cuenta? ¿Cómo fui tan ingenua? Tal vez, si hubiese elegido mejor, hoy no estaría rota.

Me avergonzaba haber amado a quienes no supieron recibirlo. Sentía que había puesto algo sagrado en manos imprudentes. Como entregarle un arma a quien no tiene escrúpulos. Lo que siguió no fue solo dolor: fue vergüenza. La humillación de ser vista y luego descartada.

Con el tiempo, empecé a desconfiar del amor. Se volvió borroso, confuso, hasta desagradable. Algo que podía usarse en mi contra. Así que dejé de buscarlo.

¿Cómo se ama?

Pero por más que uno intente resistirse, el deseo de ser amado está en nuestra naturaleza. Es parte de nosotros, como el latido. No se apaga. Solo se esconde.

Yo seguía deseando amor, aunque en silencio. Esperaba, con algo de fe, que un día me respondiera.

Y entonces me propuse aprender a amar bien. A hacerlo con precisión. A no equivocarme más.

Hasta que el amor apareció. Sin fórmulas. Sin esfuerzo.

Él no me ama con condiciones. No me mide ni intenta descifrarme. Su amor no necesita explicaciones. Simplemente está. Como un árbol que busca el sol, como una nube que flota con el viento. Su amor no es algo que deba justificar: es natural.

Y gracias a él, empecé a ver el amor que siempre estuvo pero no supe entender. Mis padres también amaron, a su manera. En la fruta que cortaban después de discutir. En el peso que cargaron sin mostrarlo. En el miedo de que el mundo me lastimara como los lastimó a ellos.

Su amor no fue una amenaza, sino un escudo. Torpe, sí. Pero sincero.

Me tomó más de veinte años entender su idioma. Pero hoy lo entiendo. No hay una sola forma de amar. No hay una definición universal.

Cada persona ama como puede. Como aprendió. Como sobrevivió.

El amor es como la huella digital: único, irrepetible, profundamente humano.

El amor no viene a salvarte

He amado intensamente: personas, lugares, instantes que aún guardo como postales en la memoria. He construido vínculos que parecían tocar el alma. He dado amor sin reservas y lo he recibido con gratitud. Y aun así, hay días en los que siento un vacío. Una inquietud. Una especie de nostalgia que no sé nombrar.

Tengo amor en mi vida. Y sin embargo, a veces siento que no es suficiente. Que me falta algo. Durante mucho tiempo pensé que el amor iba a curar esa sensación. Que iba a llenarme, a completarme. Me equivoqué.

El amor no viene a completarte. No borra tus preguntas ni sana todas tus heridas. No llena todos tus vacíos. Y quizás no tiene por qué hacerlo.

Tal vez no venimos a este mundo para estar completos. Tal vez lo bello de vivir es seguir en construcción.

Para que siempre haya algo por buscar. Algo por esperar. Algo por lo cual seguir.

entre versos y demonios

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