El destino estaba empecinado en mezclar el poema de los cielos con la sinfonía de los mares. Estaba convencido de que así crearía la melodía de Dios. El asunto es que él no estaba enterado de que la música de tu voz era todo lo que dios requería para armar tal armonía. Mi ego, tan devorador, tan sagaz, me obligó a convertirte en mi vida secreta. El destino nunca debía saber de tu existencia, mucho menos escucharla. Por eso, te lleve a mi ciudad mágica, donde todas las noches eran de enero y tus ojos brillaban por más de lo que mil estrellas harían. Ese tiempo compartido contigo, estaba segura, serían los momentos más importantes de mi vida. Vivimos muchos eneros juntas, felices. O eso creía. Pero a vos te faltaba tu voz, tu canto, extrañabas demasiado armonizar con la naturaleza. Podía ver eso en tus ojos. Reflejaban resentimiento a mi propia vida. Así, una noche, cuando yo yacía dormida plácidamente, te alejaste y llamaste a Noviembre, quien seria tu salvador y te sacaría de este eterno verano. El destino te oyó y yo me desperté. Fui a tu encuentro, queriendo convencerte de que nos teníamos que ir. ´Vámonos, por favor.́ El cielo se arremolino en un oscuro y grisáceo paisaje. Noviembre y Destino ya habían hecho de las suyas. Las nubes sonaron. Todos los presentes sentimos tal estremecimiento que quedamos tiesos. Era tarde, no pude salvar tu voz. Dios te reclamaba. Su melodía era necesaria para él, pero vos eras necesaria para mi. Cuando te tomó en sus manos, supe que no había vuelta atrás. Le rogué que me llevará contigo y, por alguna razón que el destino no quiso contarme, se apiado de mi pobre persona. Me sentó sobre las estrellas y me dejó observarte mientras cantabas su canción más importante, su himno natural, la melodía universal.
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