La dermatóloga me recetó una crema para las primeras arrugas

Cerré los ojos y vi la aurora de los primeros pliegues que tardaban en relajarse...

La arena deslizandose y rebotando por aquellos pliegues, perdiendose en los poros. Otras arenillas cayendo hasta los pies.

El latido de mi corazón al son de las manecillas del reloj, que a veces quieren saltitear un segundo. Algunos de mis movimientos ya crujen, infrasonoramente.

Por las mañanas amanezco cada vez más hundida en la cama. Mi piel se quiere pegar a los huesos. Mis ojos empolvandose resecos de tanta resiliencia.

La tierra recorriendo todo mi cuerpo, deshaciéndome. El color se va esfumando de mí hasta las nubes y temo la llegada del último aliento.

—¿Matilde?

Abrí los ojos y estaba de nuevo en el consultorio.

— Ya te podés retirar.