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    La Danza de los Cascabeles

    May 9, 2025

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    La Danza de los Cascabeles
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    El farol dibujaba un círculo opaco de luz sobre el empedrado desierto.
    Ella fumaba, apoyada con desgano contra una pared de ladrillos.
    El cigarrillo a penas sostenido entre sus largos dedos, como una extensión más de su estilo.
    Cada vez que exhalaba el humo, estiraba el cuello y levantaba un poco el mentón, como si ejecutara un ritual mágico en la antesala del amanecer.
    Su pelo rojo ondulado, con reflejos cobrizos medievales, caía sobre sus hombros desnudos.
    Su mirada vacía, lejana.

    Él ya la había visto apenas entró al bar. La había observado toda la noche.
    Pero ahora… apenas podía entender qué estaba pasando.
    El whisky doble sin hielo ya no ayudaba a distinguir entre la realidad y la ilusión.

    Algo cambió.
    El tiempo se detuvo.
    Ella lo miraba directo.
    Sus ojos verdes se entrecerraron.
    Inhaló el humo más lento, más profundo, como si absorbiera su alma.
    El corazón de él se aceleró.
    El humo se elevó en espirales perezosas, disolviéndose en los matices de la noche.
    Con un movimiento preciso y liviano, ella tiró la colilla al suelo.
    Empezó a caminar.
    Hacia él.

    No caminaba — se acercaba.

    Cruzando el umbral del bar como si fuera la frontera entre la vida y la muerte.
    Lenta.
    Como una fuerza de la naturaleza.
    Como la eternidad.
    Como el frío que se mete bajo la piel.

    Él apretó el vaso con los dedos, como si quisiera romperlo.


    Sus movimientos pura gracia de serpiente.
    Fluidos. Impúdicamente seguros.
    Todo a su alrededor parecía rendirse a la magia de su danza.
    Su mirada — un imán que arrastraba toneladas de armaduras ya vencidas.
    En ella no había dudas, ni piedad.

    Él tragó saliva.
    La garganta seca.
    Se sintió completamente indefenso.
    Todavía podía levantarse y escapar.
    Pero no lo hizo.
    Hipnotizado.

    Ella no pedía atención.
    Sabía que ya era suya.
    Se acercaba, mirándole fijo.
    Él entendió — ella lo había elegido.


    Intentó desviar la vista, romper el hechizo.
    Demasiado tarde. La armadura se quebró.
    Ella ya estaba adentro.

    Como una serpiente de los mitos egipcios, se deslizaba desprendiendo hipnosis.
    Él sabía: ella lo iba a envenenar.
    Sus dientes entrarían en su carne.
    Y él lo deseaba con toda el alma.
    Era todo lo que quería en ese instante.

    Ella no tenía prisa.
    Disfrutaba.
    Sabía: él haría todo lo que ella quisiera.
    Y ahora él también lo sabía.

    No se movía.
    Sólo a ella veía.
    Sólo a ella sentía.
    Sólo a ella deseaba.

    Ella no sonreía.
    Se acercaba.
    Segura de su fuerza y su belleza.
    Su energía vibraba como si llevara pulseras con cascabeles en los tobillos: cada paso acercaba la tentación, la revelación, la muerte.

    Una mujer por la que, en la antigüedad, los hombres pagaban con su vida.

    Y ahora, otra vez.

    Como siglos atrás, él estaba dispuesto a seguirla ciegamente.
    Peligroso. Insoportable, dulce.
    Se acercaba como una diosa de los antiguos mitos.
    Como el universo.
    Como el final — y el principio.

    Ella no traía muerte — traía renacimiento.
    Él lo sentía y se rendía ante su poder.
    Esta noche estaba dispuesto a renunciar a lo que era.
    A despojarse de todo, como una serpiente que cambia de piel.
    Ansiaba ser transformado.
    A cualquier precio.

    Nady Voler

    @frecuenciasurbanas

    Frecuencias Urbanas

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