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La dama de verde

Milo

Jan 14, 2025

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La dama de verde
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Fue el segundo más corto de mi vida. 

El día había sido agotador y el calor, aplastante. Los pies se me prendían fuego asfixiados en las medias y no soportaba ni un minuto más las zapatillas, que dejaban suela pegada al suelo con cada paso. 

La jornada me había obligado a caminar cerca de 14 kilómetros dentro del mismo predio, yendo y viniendo, en pleno enero; un crimen que debería ser condenado a la horca. 

Tenía la remera pegada a la espalda, y el pelo a la frente, seguramente la cara colorada, y el polvo que volaba me adornaba insolentemente los tobillos, tiñendo mi piel y mis medias de marrón tierra.

Faltaban exactamente una hora y cuarenta y ocho minutos para mi horario de salida, y quince minutos más para estar desnudo abajo de la ducha fría de casa, cuando levanté la vista, magnetizado, preso de su presencia como la Luna de la Tierra.

Insisto, fue el segundo más corto de mi vida, pero su efecto, como una cascada de agua fresca de montaña, cayendo de repente desde el cielo, me sumergió en el más infinito placer.

Caminó en bikini verde musgo alejándose de mí, pero llegué a ver la línea de su mandíbula, sus labios finos y ojos serenos, totalmente despejados de la cortina de pelo castaño ceniza, sutilmente húmedo, peinado hacia atrás.

Su espalda blanca, estrellada de pecas y líneas de expresión, exhibía las huellas aún más blancas de otro modelo de bikini.

Los muslos y sus nalgas, arrugados, expuestos osadamente, caían por el peso de su edad, vibraban a medida que se perdía entre la gente, con una astucia, con una altura que ni a las damas más finas les he visto ostentar. 

Me hubiese abrazado a su cintura como si de ello dependiera mi vida. Habría renunciado a mi trabajo, sin ningún tipo de culpa, por refrescar mi cuerpo en llamas con su helada  presencia. Habría intercambiado todo lo que tengo por derretir, aunque fuera durante un momento, un milímetro de su glacial extensión, pero la dama de verde se evaporó sólo ante el calor de mi mirada. 

Yo la busqué entre la gente, sediento, indigente del manantial que acaba de exhibir, ebrio de su frescura.

Ella desapareció para siempre. 


Milo

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